En los artículos ditirámbicos de El País, por ejemplo, brilla una muy coherente línea de liberalismo neocon, patognomónica de una derecha democrática empecinada –como todas las derechas– en imponer sus ideas encubriéndolas bajo el manto de ese buen sentido (lógico y moral) que ya denunciara Simone de Beauvoir hace más de medio siglo (La pensée de droite, aujourd’hui, 1955). El pensamiento político de la derecha occidental no concibe que alguien pueda opinar de forma distinta a la suya, tal como demostró magistralmente Santiago Alba Rico en Trofeos de Guerra, su visionario texto (¡de 2003!) sobre Mario Vargas Llosa.
En el ámbito de la reflexión freudiana sobre el inconsciente, “somos hablados” por el lenguaje al mismo tiempo que utilizamos, de forma deliberada, las palabras que lo constituyen como tal. La verificación de nuestro aserto se comprueba a diario en la vida cotidiana, esa misma de la que Freud diagnosticó sus patologías.
En un programa de la televisión francesa, a una ex ministra de Nicolas Sarkozy se le traba la lengua –ella misma reconoció después que habla demasiado deprisa–, confunde inflación con felación y dice que esta última era prácticamente nula en sus datos sobre la situación económica del país galo. El lapsus linguae ha dado la vuelta al mundo y comentaristas de toda laya –desatando (ellos también) sus lenguas– especulan en torno a en qué estaría pensando la ex ministra y qué hubiera dicho el padre del psicoanálisis al respecto, porque es bien cierto que en el acto fallido del lenguaje se expresa la auténtica verdad del sujeto: al hacer emerger lo que éste mantenía encerrado en su interior, sus palabras lo ponen en evidencia.
Mario Vargas Llosa, tras recibir la noticia de la concesión del Premio Nobel de Literatura de 2010, dijo: “Espero que me lo hayan dado más por mi obra literaria que por mis opiniones políticas”. No sabemos si se sonrojó tras tamaña afirmación, pero sí estamos convencidos de que, en su fuero interno, debió pensar en el conocido dicho castellano: por la boca muere el pez. Aparte de revelar una cierta esquizofrenia entre su talante de hombre de letras y la persona cívica que emerge en sus intervenciones periodísticas, las palabras del novelista peruano esconden un reproche amargo contra la Academia Sueca, que tantos años le ha hecho esperar la concesión de un premio del que se sabe ampliamente merecedor para, a fin de cuentas, otorgárselo ahora por razones de política planetaria. Vaya por delante nuestra afirmación de que el novelista de Arequipa se lo merecía ya en 1969, cuando publicó su monumental Conversación en la Catedral, y que desde entonces no ha hecho sino acumular méritos con su obra posterior.
Vargas Llosa, el benjamín aventajado de una generación irrepetible de fabuladores latinoamericanos tocados por la gracia, es un narrador fuera de serie, pero también la punta de lanza del neoliberalismo más reaccionario. No es, desde luego, el primero en quien ética y estética han tomado caminos opuestos: Lope de Vega, excelso poeta, fue un judas al servicio de los poderosos; por su parte, Louis-Ferdinand Céline compaginó el fascismo con esa maravilla titulada Voyage au bout de la nuit (1932). Pregunta: ¿en qué rincón del inconsciente vargasllosiano radicaría entonces el reproche al que aquí estamos aludiendo como posible explicación de sus palabras? Respuesta: en el del rencor acumulado por los años perdidos a la espera de un tren que siempre pasaba de largo y que ahora se detiene a recogerlo demasiado tarde, cuando buena parte de sus lectores piensan ya que su escritura periodística, al dictado de Washington, ha sido el precio de la gloria. ¿Es la Academia Sueca impermeable a los vaivenes de la política? No, en absoluto, y si en su momento le denegó el premio a Jorge Luis Borges por sus intempestivas alabanzas a la junta militar argentina y se lo dio más tarde al rebelde e iconoclasta Dario Fo, ahora se lo otorga a esa suerte de guerrillero intelectual del Imperio que es Mario Vargas Llosa. Las piezas del puzzle global encajan a la perfección: la reciente entrada de la extrema derecha en el parlamento sueco –constituida hoy en árbitro político del país escandinavo– es el termómetro que mide la temperatura ideológica actual de Suecia; temperatura que, a su vez, es un reflejo fiel de la del resto de Occidente, gobernado ya en exclusiva por la derecha (no nos engañemos, la socialdemocracia es una derecha light)… salvo en una parte de Latinoamérica.
Es en dicho contexto de la partida de ajedrez que dirime la política planetaria donde encajaría el peón que es Vargas Llosa (el rey, por su parte, observa las jugadas desde el Despacho Oval). Otro peón, también muy sintomático de cómo anda el mundo, es el chino Liu Xiaobo, quien acaba de recibir el premio Nobel de la Paz. Es curioso cómo estos dos galardones, que premian actividades subjetivas –no científicas– de los seres humanos, han ido a parar a las dos zonas geográficas que más preocupan en Washington hoy en día: por un lado, a Latinoamérica, donde Cuba sigue resistiendo y la Revolución Bolivariana hace estragos entre la derecha vendepatrias de Venezuela, Bolivia y Ecuador; por el otro, a Asia, donde el gendarme universal está enfangado hasta las cejas sin poder salir ni vencer militarmente (Iraq, Afganistán y Pakistán podrían ser su tumba) y donde China amenaza por primera vez en la historia con arrebatarle el cetro imperial. ¿Qué función política se les habría asignado ahora a estos dos hombres en dicha partida de ajedrez? A Vargas Llosa, la de kamikaze cultural de Washington en Latinoamérica. A Liu Xiaobo, la de eficaz utensilio para el desgaste de la corrupta clase dirigente china. En tal sentido, los premios que hoy reciben Vargas y Xiaobo serían simplemente un síntoma del avance inexorable de la globalización neoliberal liderada por el Imperio actual, a saber, el movimiento táctico de un peón cultural y otro sociológico para que ambos preparen el terreno a las armas verdaderas, las que matan a sangre y fuego.
Pero volvamos a Freud: el hecho de saberse una marioneta política durante varias décadas habría dado lugar a una dolorosa herida oculta –reprimida– en el narcisismo del ya septuagenario Vargas, pues una cosa es haber puesto voluntariamente su arte al servicio de un amo y otra muy distinta aceptar luego de buena gana que éste mueva los hilos a su antojo y le pague tarde y a destiempo, sin haberle permitido nunca escoger la mejor ocasión para su entrada en el selecto club de los mejores.
Los grandes artistas –Vargas lo es– tienen su orgullo y no les gusta que se vislumbre el lado oscuro de su canonización. Si esta hipótesis es cierta, también sería perfectamente lógica la descomunal cobertura que los medios convencionales españoles dedican estos días a la noticia, constituida por variaciones en torno a la nota oficial con la que la Academia Sueca justificó el otorgamiento del premio, según la cual el escritor peruano sería un campeón de la lucha por las libertades democráticas en Latinoamérica y un denunciante implacable de los excesos del Poder, allá donde éste se encuentre… En los artículos ditirámbicos de El País, por ejemplo, brilla una muy coherente línea de liberalismo neocon, patognomónica de una derecha democrática empecinada –como todas las derechas– en imponer sus ideas encubriéndolas bajo el manto de ese buen sentido (lógico y moral) que ya denunciara Simone de Beauvoir hace más de medio siglo (La pensée de droite, aujourd’hui, 1955). El pensamiento político de la derecha occidental no concibe que alguien pueda opinar de forma distinta a la suya, tal como demostró magistralmente Santiago Alba Rico en Trofeos de Guerra, su visionario texto (¡de 2003!) sobre Mario Vargas Llosa.
El Nobel concedido al autor de La guerra del fin del mundo sería una ayuda suplementaria a la globalización político-ideológica en el momento histórico que nos ha tocado vivir, una época peligrosa para los países cuyos gobiernos piensan y actúan a contracorriente, lejos de veleidades imperiales: Venezuela, Bolivia, Ecuador… sin olvidar a la Cuba revolucionaria. No cabe la menor duda de que el credo político derechista que transmite el escritor peruano en sus artículos de El País aumentará a partir de ahora su predicamento en Latinoamérica, con repercusiones impredecibles.
AUTOR : Manuel Talens y Juan Miguel Company-Ramón