Lucio Agustín Torres *
En las últimas semanas la economía mundial se ha estado caldeando con las noticias sobre la guerra de las divisas. Esta guerra fue preocupación central de la reunión de Ministros de Finanzas del FMI el 23 de octubre y de nuevo, al igual que en todas las Cumbres de G-20 realizadas después del inicio de esta crisis global, fueron reiteradas las solemnes declaraciones de compromiso con el “libre comercio” y la no aplicación de barreras al funcionamiento de los mercados. En estas primeras escaramuzas de una posible guerra se ven con claridad los contendientes. Por un lado, Estados Unidos tratando de reanimar su economía a toda costa, aprovechándose de contar con la moneda de reserva internacional que es también su moneda nacional y lanzando un torrente de dólares hacia el exterior para devaluar el dólar, mejorar su posición competitiva y al hacerlo, elevar las tasas de cambio de los demás, perjudicarles en el comercio, hacerlos reciclar los dólares comprando instrumentos de deuda norteamericana. En el otro lado, el resto de las economías del mundo y, en especial, los exportadores de materias primas del Sur, los que además de lo anterior, sufren la afluencia de capitales especulativos volátiles impulsados por la muy baja tasa de interés que Estados Unidos mantiene como instrumento sin éxito para reanimar la inversión. La conversión de estas escaramuzas en una verdadera guerra al estilo de la ocurrida en los años de la Gran Depresión dependerá de la profundidad y duración que alcance la crisis global. Si ella se agrava, podría ocurrir que la guerra de las divisas fuera el preludio de una guerra comercial con la aplicación de políticas nacionales de “empobrecer al vecino” y la desaparición de la retórica librecambista y los juramentos de fe en el multilateralismo. Para todos es evidente que el gobierno de Estados Unidos no hace otra cosa que aplicar el nacionalismo para resolver sus problemas internos, valiéndose del privilegio del dólar y arrinconando contra las cuerdas a los demás. No sería extraño que esta conducta encontrara la reciprocidad de otros y, en el contexto de larga crisis agravada, podría estallar el sistema de reglas e instituciones que nació en la posguerra prometiendo no repetir jamás una guerra comercial.
El excesivo endeudamiento de Estados Unidos se presenta como la principal amenaza para la recuperación mundial. El déficit público se acerca al 10% del PIB mientras la deuda pública supera el 100%, en total simetría con Japón y Europa. Sólo el 28% de los 51 economistas consultados considera que la economía superará esta situación adversa y se comportará dentro de las líneas tradicionales de ciclos expansivos: es decir, crecer a un ritmo por encima del potencial y que tanto hogares como empresas aumentarán fuertemente el gasto. La debilidad de este crecimiento demuestra que la economía deberá luchar contra fuertes vientos financieros en contra, dado que el proceso de recuperación se caracterizará por severas pérdidas de bienestar y unos niveles onerosos de deuda que inhiben el gasto y los préstamos. Y si es así para la principal economía del planeta, el resto del mundo no la tendrá fácil.
Para Estados Unidos, debilitado económicamente y con una cultura productiva declinante, el recurso de última instancia es la amenaza constante de guerra sustentada en el gasto militar creciente. Pero, la amenaza constante de guerra y el gasto militar poseen una dinámica diabólica que tiende a realizarse en la guerra real, cuando convergen la mentalidad guerrerista, los conflictos por la hegemonía en petróleo, gas, agua, etc., disfrazados de razones humanitarias o religiosas y la creencia de que en la guerra nuclear puede haber vencedores. La declinación de la economía de la mayor potencia militar plantea fuertes tensiones entre un poderío militar muy superior a cualquier otro y por lo mismo, ambicioso de hegemonía y una economía en retroceso, que ha exportado buena parte de su capacidad industrial, se ha sumido en el parasitismo financiero, se ha acomodado en el consumismo de lo producido por otros y ha perdido la cultura productiva que alguna vez fue relevante. Algunos señalan que siguiendo esas tendencias, el país que al terminar la Segunda Guerra Mundial dominaba la economía mundial con su capacidad productiva, se encamina a consumir los productos del exterior y a exportar solamente películas, espectáculos musicales, imágenes glamorosas de un consumismo insostenible y armas.
Director de Blogs Alternativos en Red *
Publicado 24 noviembre 2010.
En las últimas semanas la economía mundial se ha estado caldeando con las noticias sobre la guerra de las divisas. Esta guerra fue preocupación central de la reunión de Ministros de Finanzas del FMI el 23 de octubre y de nuevo, al igual que en todas las Cumbres de G-20 realizadas después del inicio de esta crisis global, fueron reiteradas las solemnes declaraciones de compromiso con el “libre comercio” y la no aplicación de barreras al funcionamiento de los mercados. En estas primeras escaramuzas de una posible guerra se ven con claridad los contendientes. Por un lado, Estados Unidos tratando de reanimar su economía a toda costa, aprovechándose de contar con la moneda de reserva internacional que es también su moneda nacional y lanzando un torrente de dólares hacia el exterior para devaluar el dólar, mejorar su posición competitiva y al hacerlo, elevar las tasas de cambio de los demás, perjudicarles en el comercio, hacerlos reciclar los dólares comprando instrumentos de deuda norteamericana. En el otro lado, el resto de las economías del mundo y, en especial, los exportadores de materias primas del Sur, los que además de lo anterior, sufren la afluencia de capitales especulativos volátiles impulsados por la muy baja tasa de interés que Estados Unidos mantiene como instrumento sin éxito para reanimar la inversión. La conversión de estas escaramuzas en una verdadera guerra al estilo de la ocurrida en los años de la Gran Depresión dependerá de la profundidad y duración que alcance la crisis global. Si ella se agrava, podría ocurrir que la guerra de las divisas fuera el preludio de una guerra comercial con la aplicación de políticas nacionales de “empobrecer al vecino” y la desaparición de la retórica librecambista y los juramentos de fe en el multilateralismo. Para todos es evidente que el gobierno de Estados Unidos no hace otra cosa que aplicar el nacionalismo para resolver sus problemas internos, valiéndose del privilegio del dólar y arrinconando contra las cuerdas a los demás. No sería extraño que esta conducta encontrara la reciprocidad de otros y, en el contexto de larga crisis agravada, podría estallar el sistema de reglas e instituciones que nació en la posguerra prometiendo no repetir jamás una guerra comercial.
El excesivo endeudamiento de Estados Unidos se presenta como la principal amenaza para la recuperación mundial. El déficit público se acerca al 10% del PIB mientras la deuda pública supera el 100%, en total simetría con Japón y Europa. Sólo el 28% de los 51 economistas consultados considera que la economía superará esta situación adversa y se comportará dentro de las líneas tradicionales de ciclos expansivos: es decir, crecer a un ritmo por encima del potencial y que tanto hogares como empresas aumentarán fuertemente el gasto. La debilidad de este crecimiento demuestra que la economía deberá luchar contra fuertes vientos financieros en contra, dado que el proceso de recuperación se caracterizará por severas pérdidas de bienestar y unos niveles onerosos de deuda que inhiben el gasto y los préstamos. Y si es así para la principal economía del planeta, el resto del mundo no la tendrá fácil.
Para Estados Unidos, debilitado económicamente y con una cultura productiva declinante, el recurso de última instancia es la amenaza constante de guerra sustentada en el gasto militar creciente. Pero, la amenaza constante de guerra y el gasto militar poseen una dinámica diabólica que tiende a realizarse en la guerra real, cuando convergen la mentalidad guerrerista, los conflictos por la hegemonía en petróleo, gas, agua, etc., disfrazados de razones humanitarias o religiosas y la creencia de que en la guerra nuclear puede haber vencedores. La declinación de la economía de la mayor potencia militar plantea fuertes tensiones entre un poderío militar muy superior a cualquier otro y por lo mismo, ambicioso de hegemonía y una economía en retroceso, que ha exportado buena parte de su capacidad industrial, se ha sumido en el parasitismo financiero, se ha acomodado en el consumismo de lo producido por otros y ha perdido la cultura productiva que alguna vez fue relevante. Algunos señalan que siguiendo esas tendencias, el país que al terminar la Segunda Guerra Mundial dominaba la economía mundial con su capacidad productiva, se encamina a consumir los productos del exterior y a exportar solamente películas, espectáculos musicales, imágenes glamorosas de un consumismo insostenible y armas.
Director de Blogs Alternativos en Red *
Publicado 24 noviembre 2010.