L A T - EDITOR
"El moderado es
fuerte con los débiles y débil con los fuertes", escribió Darío Fo
(dramaturgo, actor italiano, premio nobel literatura 1997). Y su compatriota
Marco d’Eramo, refiriéndose también a la moderación, añadió: "Es curioso
que, en política, el término 'moderado' haya adquirido una connotación
positiva, mientras que resulte negativo en otros ámbitos de la vida, sobre todo
en forma adverbial: si una persona es moderadamente inteligente, no queremos
decir que es un genio". Aun así, muchos prefieren llamarse
"moderados". Debe darles cierta sensación de equilibrio: ni demasiado
a un lado, ni demasiado al otro. Estar ostensiblemente inclinado a un extremo
puede ser motivo de caer bajo la calificación de radical, extremista, raro,
excéntrico, freak. Y ya se sabe: una persona radical, para muchos, es
algo no especialmente aconsejable. En cambio, ser una persona
"moderada" es sinónimo de algo así como ser una persona equilibrada,
ecuánime, centrada.
Y lo cierto es que
necesitamos radicalidad. Necesitamos radicalidad, primero, porque la magnitud
del golpe sobre las condiciones de vida de la gente requiere respuestas
proporcionales al momento actual, conviene tomar consciencia ya, sin autoengaños,
de que el sistema en que vivimos, no hace cierta la creencia según la cual es
posible garantizar al conjunto de la población una vida digna a través de
subsidios para pobres o la quimérica promesa de que el mercado de trabajo nos
ofrecerá bienestar y libertad (¿realmente ese trabajo, en caso de que lo
haya, nos hará libres?). Y necesitamos radicalidad, segundo, porque, en
general, es bueno ir a la raíz de los problemas: un sistema capitalista
que ha roto todo posible consenso social, por limitado que fuera, y que no
muestra voluntad alguna de pacto nos obliga a la osadía de buscar caminos
nuevos para retomar el control sobre nuestras vidas, para reapropiarnos de
ellas. Los humanos tenemos que cambiar de paradigma.
Un sistema que solo
beneficia a 1% de la población mundial, Hay que entender que, desde la
crisis financiera de 2008 (de la que aún no hemos salido), ya nada es igual en
ninguna parte. Los ciudadanos están profundamente desencantados. La propia
democracia, como modelo, ha perdido credibilidad. Los sistemas políticos han
sido sacudidos hasta las raíces. En Europa, por ejemplo, los grandes partidos
tradicionales están en crisis. Y en todas partes percibimos subidas de
formaciones de extrema derecha (en Francia, en Austria y en los países
nórdicos) o de partidos antisistema y anticorrupción (Italia, España). El
paisaje político aparece radicalmente transformado.
Las repercusiones sociales de este cataclismo económico han
sido de una brutalidad inédita: 23 millones de desempleados en la Unión Europea
y más de 80 millones de pobres… Los jóvenes en particular son las víctimas
principales; generaciones sin futuro. Pero las clases medias también están
asustadas porque el modelo neoliberal de crecimiento las abandona al borde del
camino. Desde el punto de vista
antropológico, estas crisis se están traduciendo por un aumento del miedo y del
resentimiento. La gente vive en estado de ansiedad y de incertidumbre. Vuelven
los grandes pánicos ante amenazas indeterminadas como pueden ser la pérdida del
empleo, los electrochoques tecnológicos, las biotecnologías, las catástrofes
naturales, la inseguridad generalizada... Todo ello constituye un desafío para
las democracias. Porque ese terror se transforma a veces en odio y en repudio.
En varios países europeos, y también en Estados Unidos, ese odio se dirige hoy
contra el extranjero, el inmigrante, el refugiado, el diferente. Está subiendo
el rechazo hacia todos los "otros" (musulmanes, latinos, gitanos, subsaharianos,
"sin papeles", etc.) y crecen los partidos xenófobos y de extrema
derecha.
Esta crisis comenzó como
una crisis financiera, tras la cual se puso al descubierto una profunda crisis
de sobreacumulación y sobreproducción, compuesta por una tasa decreciente de
ganancias. La crisis estaba en ciernes desde la segunda mitad de la década de
1990, y se demoró por la creación masiva de crédito y la plena incorporación de
China a la economía mundial. Dado que los EE.UU. son el principal centro
financiero mundial, y donde el sistema de crédito había sido impulsado hasta su
“límite extremo” fue allí que la crisis, en su dimensión financiera, estalló en
julio de 2007 y alcanzó explotar en septiembre de 2008. El crac que comenzó a
fines de 2008 fue de naturaleza global y no sólo una “Gran Recesión”
norteamericana, golpeando inicialmente a las economías industrializadas. Los
países emergentes, que pensaron que permanecerían mayormente inmunes a sus
efectos, más tarde perderían esta ilusión. En 2008 el capitalismo mundial,
dirigido por los EE.UU., determinó que la configuración combinada de las
relaciones internas y políticas impidieran que la crisis destruyera el capital
ficticio y productivo de la misma manera que ocurrió en la década de 1930. La
velocidad y la escala de la intervención gubernamental en 2008 por parte de los
EE.UU. y los principales países europeos para apoyar al sistema financiero, y
también, en forma temporal y en un menor grado, a la industria automovilística,
expresan la presión directa de los bancos en defensa de la riqueza financiera y
de las automotrices estadounidenses y europeas para proteger su posición contra
los competidores asiáticos.
Decimos que hay crisis, en cualquier sector, cuando algún
mecanismo deja de pronto de actuar, empieza a ceder y acaba por romperse. Esa
ruptura impide que el conjunto de la maquinaria siga funcionando. Es lo que
está ocurriendo en la economía mundial desde que estalló la crisis de las
sub-primes en 2007-2008.
En realidad, no estamos soportando una crisis, sino una
suma de crisis mezcladas tan íntimamente unas con otras que no conseguimos
distinguir entre causas y efectos. Porque los efectos de unas son las causas de
otras, y así hasta formar un verdadero sistema. O sea, enfrentamos una
auténtica crisis sistémica del mundo occidental que afecta a la tecnología, la
economía, el comercio, la política, la democracia, la identidad, la guerra, el
clima, el medio ambiente, la cultura, los valores, la familia, la educación, la
juventud, etc.
Este sistema egoísta y corrupto, En
los bancos del mundo libre y en paraísos fiscales se han blanqueado miles de
millones del dinero del narcotráfico, de la venta de armas y del mundo
criminal. Han mantenido la opacidad de cuentas bancarias que defraudaban a las
Haciendas nacionales y alteraban los precios de las cosas: desde los
hidrocarburos a los alimentos, desde la construcción inmobiliaria a los
medicamentos, desde la contaminación del medio ambiente con sus industrias
participadas y los perversos fondos especulativos.
La etapa más salvaje e irracional del neoliberalismo tiene
que ser reemplazada por otro modelo de sociedad más justo y solidario. No hay
mal que dure 1,000 años ni cuerpo que lo resista.