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martes, 8 de noviembre de 2016

PARAISOS FISCALES GUARIDA Del CAPITAL FICTICIO


 "Hay lucha de clases y los ricos estamos ganando"

Warren Buffet




Por Lucio Agustín Torres *



 Las empresas offshore (creadas en paraísos fiscales) constituyen una base para todo tipo de actividades, muchas de ellas relacionadas con la especulación financiera: desde la emisión de títulos de deuda para obtener recursos en diferentes mercados financieros, hasta facturar todo tipo de operaciones para permitir el uso de precios de transferencia en operaciones intra-firma y transferir rentabilidad de un espacio económico a otro. Y por supuesto, las offshore son la plataforma clave para involucrarse en el mercado mundial de divisas y para los flujos de capitales que son el azote de cualquier economía.


A finales de los años 70 del siglo XX se hizo evidente que la maquinaria de producción capitalista se había estancado de nuevo. La enfermedad crónica del capitalismo se había vuelto a manifestar: la sobre-acumulación de capital. Demasiada concentración tecnológica por unidad de producción, a costa del trabajo humano. Como quiera que sólo de este último se extrae plusvalía, la consecuencia es una decadencia de la misma y por tanto de la ganancia final que los capitalistas reciben cuando venden las mercancías producidas, diseñadas o servidas por la fuerza de trabajo. Es decir, una generalizada pérdida de rentabilidad de las inversiones capitalistas. Y si hay pérdida de rentabilidad desciende la inversión en la esfera productiva, con lo cual baja también la productividad.
Frente a ello el Capital emprende un conjunto de dinámicas orientadas a paliar la caída de la rentabilidad: incremento de la explotación de la fuerza de trabajo; aceleración de los desplazamientos de capital hacia las periferias del Sistema, allí donde había (y hay todavía) más expectativas de rentabilidad, dado que no se ha dado el proceso de sobreacumulación; hay un desplazamiento también técnico-organizativo, hacia nuevas ramas de inversión (sobre todo la “economía ficticia” o “nueva economía”); y asimismo se da un desplazamiento hacia los circuitos que hasta ese momento eran secundarios en la acumulación de capital (el suelo, la vivienda, las hipotecas), con la consiguiente gestión del territorio de cara a su valorización especulativa (haciendo del conjunto del hábitat una mercancía, lo que lleva emparejada su depredación). Se emprende, de esta manera, un paquete de políticas tendentes a deteriorar la condición salarial: desinversión selectiva y reorientación hacia un tipo de producción flexible, ligera; reducción de la masa salarial a partir de la desvinculación de los salarios respecto de la productividad y el subsecuente declinar de los salarios reales; inhibición de la inversión pública que conlleva el deterioro de lo público y de la “seguridad social”. Conduciendo todo ello a la entrada en una era de inseguridad colectiva.
Habrá además una dinámica que incidirá especialmente en el desmontaje de lo que hasta entonces había sido el Estado Social (para muchos “de bienestar”): la apropiación privada por parte de los grandes capitales de más y más parcelas de la riqueza social y las contradicciones sociales que esto ocasiona.
Pero faltaba aún otro desplazamiento de consecuencias letales: el que ha consistido en “huir” de la producción y por tanto de la normal y “sana” dinámica de acumulación, para derivar cada vez más capitales hacia las finanzas. De nuevo había que cumplir un requisito o paso previo para ello: liberalizar el mundo financiero que tanto había costado arribar en los Acuerdos de Bretton Woods tras todo el cúmulo de desmanes financieros que se había iniciado a fines del siglo XIX y que finalizó en la catástrofe del 29. El pistoletazo lo daría EE.UU. el 15 de agosto de 1971, al desvincular el dólar del patrón oro.
En seguida el resto de potencias capitalistas haría lo propio. A partir de entonces las monedas no tendrían ningún anclaje material y podían “flotar” a merced de las apuestas y especulaciones sobre ellas. 
  

Antes del capitalismo, las crisis eran producto de la escasez, el hambre y los desastres naturales. Ahora son la consecuencia de una economía monetaria con fines de lucro; que son causadas por el hombre y, sin embargo, parecen escapar a su control; un fetichismo. Por encima de todo, las crisis demuestran que el capitalismo es un sistema con fallos y errores, pero; sobre todo un sistema egoísta e inhumano, a pesar de los grandes avances en la productividad del trabajo que este modo de producción ha generado en los últimos 200 años aproximadamente. Si la Humanidad quiere progresar o incluso sobrevivir como especie, tendremos que ser conscientes que el capital ha entrado en una etapa degenerativa, propia de ese fetichismo enfermizo de mayores ganancias, no importando el cómo, aplicando “el todo vale” (negocio sucio: narcotráfico, venta de armas, especulaciones, lavado de activos). Durante el colapso financiero de 2008, el sector bancario de los EE.UU. tuvo que descontar 600 mil millones de dólares en activos y su valor bursátil cayó en 1 billón de dólares. Sin embargo, las autoridades (de la Reserva Federal y el Tesoro), "en nombre de los contribuyentes, rescataron a estos bancos errantes con dinero en efectivo, garantías y préstamos por valor de más de 3 billones de dólares. Ahora, hay menos bancos, pero son más grandes y vuelven a sus viejos trucos, igual que antes. Ahí están los bancos del Reino Unido: Barclays ha sido multado con 450 millones de dólares por su participación en el llamado escándalo del Libor, en el que los corredores de los bancos se pusieron de acuerdo para fijar el tipo de interés de los préstamos interbancarios, que establece la base del coste de la mayoría de los créditos en todo el mundo.

Esta conspiración implica que autoridades locales, organizaciones benéficas y empresas terminaron pagando más de lo debido por los préstamos. HSBC fue acusado por el Congreso de los EE.UU. de lavar el dinero de los carteles de la droga mexicano y violar las sanciones contra Irán (al igual que Standard Chartered). Lloyds Bank, junto con todos los otros bancos, ha tenido que compensar a sus clientes por obligarles a contratar seguros de accidentes personales por una suma de £ 5.300 millones de libras, dinero que podría haber sido mejor utilizado para financiar la industria y abaratar los créditos. Los bancos han restado toda importancia a estos escándalos. JP Morgan mantuvo un equipo de operaciones de alto riesgo en Londres dedicado a la comercialización masiva de derivados, las mismas "armas financieras de destrucción masiva" (para usar la terminología del mayor inversor del mundo, Warren Buffet) que desencadenaron la crisis de 2008. La 'ballena de Londres', como se le llama, hizo perder al banco ¡6 mil millones de dólares! Y hay que recordar que eso ocurrió en 2012, no 2008. El corredor principal, Bruno Iksil, les dijo a sus jefes ejecutivos que estaba preocupado por el tamaño espantoso de las transacciones que operaba. Pero no le hicieron caso. Y los supervisores en EE.UU. del banco, la Oficina del Interventor de la Moneda, que supuestamente vigilaba muy de cerca a los bancos, tampoco hicieron nada. En marzo de 2012, las pérdidas comerciales iban en aumento y fueron hechas públicas, pero aun así el jefe ejecutivo de JP Morgan, Jamie Dimon, afirmó que el asunto sólo era "una tormenta en un vaso de agua”. Y con esto no acaba todo. Ahora se ha sabido que, durante el colapso financiero, cuando Barclays se vio amenazado con una nacionalización parcial, la junta de Barclays prestó dinero a Qatar para que invirtiera en acciones del propio banco por valor 12 mil millones de libras. De esta manera, el banco evitó controles del Estado ¡mediante la emisión de más préstamos! Todavía no está claro qué "comisiones" se les pagaba a los inversores de Qatar. Dexia, el banco belga, eventualmente forzado a la nacionalización, también intentó el mismo truco en 2008 y también lo hizo el podrido banco de Islandia, Kaupthing, que "prestó" dinero a un miembro de la familia real qatarí, que lo reinvirtió en el banco. Los qataríes cobraban una "comisión" y si las acciones no valían nada después, a ellos les daba igual. Simplemente aumentaban las pérdidas del banco y el coste para el contribuyente en caso de rescate. Los delincuentes de mainstreet, son moco de pavo, en comparación a los que manejan el capital financiero (capital ficticio).  Lo que demuestran los continuos escándalos de la banca es que el sistema bancario global no ha cambiado realmente ni su cultura ni su razón de ser y que tampoco puede hacerlo. Que tiene que orientar la mayor parte de sus actividades hacia la maximización de beneficios y eso significa hacia áreas que tienen mayor riesgo y no hacia préstamos con márgenes bajos a la industria y los hogares. Y los llamados reguladores no pueden cambiarlo. Han sido presionados y acosados por los bancos para que no "limiten" sus actividades "demasiado" o para que les obliguen a apartar demasiado dinero o capital para cubrir posibles pérdidas, porque esto no es rentable. Por todo ello, los paraísos fiscales son la guarida perfecta, del capital especulativo.

* Director Grupo Editor del Norte.



miércoles, 2 de noviembre de 2016

CAMBIO DE PARADIGMA ANTE UNA CRISIS SISTEMICA




L A T - EDITOR


"El moderado es fuerte con los débiles y débil con los fuertes", escribió Darío Fo (dramaturgo, actor italiano, premio nobel literatura 1997). Y su compatriota Marco d’Eramo, refiriéndose también a la moderación, añadió: "Es curioso que, en política, el término 'moderado' haya adquirido una connotación positiva, mientras que resulte negativo en otros ámbitos de la vida, sobre todo en forma adverbial: si una persona es moderadamente inteligente, no queremos decir que es un genio". Aun así, muchos prefieren llamarse "moderados". Debe darles cierta sensación de equilibrio: ni demasiado a un lado, ni demasiado al otro. Estar ostensiblemente inclinado a un extremo puede ser motivo de caer bajo la calificación de radical, extremista, raro, excéntrico, freak. Y ya se sabe: una persona radical, para muchos, es algo no especialmente aconsejable. En cambio, ser una persona "moderada" es sinónimo de algo así como ser una persona equilibrada, ecuánime, centrada.


Y lo cierto es que necesitamos radicalidad. Necesitamos radicalidad, primero, porque la magnitud del golpe sobre las condiciones de vida de la gente requiere respuestas proporcionales al momento actual, conviene tomar consciencia ya, sin autoengaños, de que el sistema en que vivimos, no hace cierta la creencia según la cual es posible garantizar al conjunto de la población una vida digna a través de subsidios para pobres o la quimérica promesa de que el mercado de trabajo nos ofrecerá bienestar y libertad (¿realmente ese trabajo, en caso de que lo haya, nos hará libres?). Y necesitamos radicalidad, segundo, porque, en general, es bueno ir a la raíz de los problemas: un sistema capitalista que ha roto todo posible consenso social, por limitado que fuera, y que no muestra voluntad alguna de pacto nos obliga a la osadía de buscar caminos nuevos para retomar el control sobre nuestras vidas, para reapropiarnos de ellas. Los humanos tenemos que cambiar de paradigma.

Un sistema que solo beneficia a 1% de la población mundial, Hay que entender que, desde la crisis financiera de 2008 (de la que aún no hemos salido), ya nada es igual en ninguna parte. Los ciudadanos están profundamente desencantados. La propia democracia, como modelo, ha perdido credibilidad. Los sistemas políticos han sido sacudidos hasta las raíces. En Europa, por ejemplo, los grandes partidos tradicionales están en crisis. Y en todas partes percibimos subidas de formaciones de extrema derecha (en Francia, en Austria y en los países nórdicos) o de partidos antisistema y anticorrupción (Italia, España). El paisaje político aparece radicalmente transformado.


Las repercusiones sociales de este cataclismo económico han sido de una brutalidad inédita: 23 millones de desempleados en la Unión Europea y más de 80 millones de pobres… Los jóvenes en particular son las víctimas principales; generaciones sin futuro. Pero las clases medias también están asustadas porque el modelo neoliberal de crecimiento las abandona al borde del camino. Desde el punto de vista antropológico, estas crisis se están traduciendo por un aumento del miedo y del resentimiento. La gente vive en estado de ansiedad y de incertidumbre. Vuelven los grandes pánicos ante amenazas indeterminadas como pueden ser la pérdida del empleo, los electrochoques tecnológicos, las biotecnologías, las catástrofes naturales, la inseguridad generalizada... Todo ello constituye un desafío para las democracias. Porque ese terror se transforma a veces en odio y en repudio. En varios países europeos, y también en Estados Unidos, ese odio se dirige hoy contra el extranjero, el inmigrante, el refugiado, el diferente. Está subiendo el rechazo hacia todos los "otros" (musulmanes, latinos, gitanos, subsaharianos, "sin papeles", etc.) y crecen los partidos xenófobos y de extrema derecha.

Esta crisis comenzó como una crisis financiera, tras la cual se puso al descubierto una profunda crisis de sobreacumulación y sobreproducción, compuesta por una tasa decreciente de ganancias. La crisis estaba en ciernes desde la segunda mitad de la década de 1990, y se demoró por la creación masiva de crédito y la plena incorporación de China a la economía mundial. Dado que los EE.UU. son el principal centro financiero mundial, y donde el sistema de crédito había sido impulsado hasta su “límite extremo” fue allí que la crisis, en su dimensión financiera, estalló en julio de 2007 y alcanzó explotar en septiembre de 2008. El crac que comenzó a fines de 2008 fue de naturaleza global y no sólo una “Gran Recesión” norteamericana, golpeando inicialmente a las economías industrializadas. Los países emergentes, que pensaron que permanecerían mayormente inmunes a sus efectos, más tarde perderían esta ilusión. En 2008 el capitalismo mundial, dirigido por los EE.UU., determinó que la configuración combinada de las relaciones internas y políticas impidieran que la crisis destruyera el capital ficticio y productivo de la misma manera que ocurrió en la década de 1930. La velocidad y la escala de la intervención gubernamental en 2008 por parte de los EE.UU. y los principales países europeos para apoyar al sistema financiero, y también, en forma temporal y en un menor grado, a la industria automovilística, expresan la presión directa de los bancos en defensa de la riqueza financiera y de las automotrices estadounidenses y europeas para proteger su posición contra los competidores asiáticos.


Decimos que hay crisis, en cualquier sector, cuando algún mecanismo deja de pronto de actuar, empieza a ceder y acaba por romperse. Esa ruptura impide que el conjunto de la maquinaria siga funcionando. Es lo que está ocurriendo en la economía mundial desde que estalló la crisis de las sub-primes en 2007-2008.

En realidad, no estamos soportando una crisis, sino una suma de crisis mezcladas tan íntimamente unas con otras que no conseguimos distinguir entre causas y efectos. Porque los efectos de unas son las causas de otras, y así hasta formar un verdadero sistema. O sea, enfrentamos una auténtica crisis sistémica del mundo occidental que afecta a la tecnología, la economía, el comercio, la política, la democracia, la identidad, la guerra, el clima, el medio ambiente, la cultura, los valores, la familia, la educación, la juventud, etc.

Este sistema egoísta y corrupto, En los bancos del mundo libre y en paraísos fiscales se han blanqueado miles de millones del dinero del narcotráfico, de la venta de armas y del mundo criminal. Han mantenido la opacidad de cuentas bancarias que defraudaban a las Haciendas nacionales y alteraban los precios de las cosas: desde los hidrocarburos a los alimentos, desde la construcción inmobiliaria a los medicamentos, desde la contaminación del medio ambiente con sus industrias participadas y los perversos fondos especulativos.

La etapa más salvaje e irracional del neoliberalismo tiene que ser reemplazada por otro modelo de sociedad más justo y solidario. No hay mal que dure 1,000 años ni cuerpo que lo resista.

L A T - EDITOR