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lunes, 3 de junio de 2013

La Historia de la corrupción en el Perú



Esta fotografía representa a la clase política peruana, escoja cual de los personajes que aparece, se salva, de escándalos de corrupción. ¿Será que existe una crisis política y de partidos en el Perú?







Por Lucio Agustín Torres*


Alfonso W. Quiroz, fue un destacado historiador peruano, pionero en el estudio del pasado de las finanzas peruanas. Graduado en Historia por la Pontificia Universidad Católica del Perú, desarrolló estudios de maestría y doctorado en la Universidad de Columbia, Nueva York (EE.UU.), donde se especializó en historia de América Latina, el Caribe e historia comparada. Profesor en Baruch College y el Graduate Center de la City University of New York y autor de varios libros entre los que destacan “Domestic and Foreign Finance in Modern Peru, 1850-1950(1993), “Deudas olvidadas: instrumentos de crédito en la economía colonial peruana 1750-1820” (1993), y “La deuda defrauda: consolidación de 1850 y dominio económico en el Perú” (1987).

Lamentablemente falleció en Enero 2013 – El Instituto de Estudios Peruanos (IEP) y el Instituto de Defensa Legal (IDL) en una contribución académica y de importancia actual, el 14 de Mayo presento la obra de Alfonso Quiroz editada al español “La Historia de la Corrupción en el Perú” Desde una perspectiva histórica y minuciosamente documentada, el autor nos presenta al Perú, profundamente afectado por la corrupción administrativa y estatal, que puede medirse desde las postrimerías del periodo colonial hasta nuestros días. Así, la descripción y el análisis en detalle que realiza sobre el abuso de los recursos públicos nos ayudan a entender cómo la corrupción ha limitado el desarrollo y el progreso del país.

La corrupción es un fenómeno que ha afectado al Perú a lo largo de su historia. El ofrecimiento y la recepción de sobornos, la malversación y mala asignación de fondos públicos, los escándalos financieros y políticos, el fraude electoral, el tráfico de influencias, son algunas de las formas en que se ha manifestado. Pero, más allá de las repercusiones mediáticas, ¿cuánto sabemos sobre las causas específicas de la corrupción en el país y los costos económicos e institucionales que ha generado?

Para Alfonso Quiroz, estamos frente a un problema sistémico que no solo permanece en el tiempo, sino que además cambia, se perfecciona y se torna por momentos incontrolable y lesivo para los intereses de millones de peruanos que, aún después de sucesivas bonanzas, siguen siendo pobres.

A lo largo de ciclos consecutivos, vemos cómo algunos intentos de consolidar el imperio de la ley, la regulación de oportunidades para todos, el control de los poderosos por función o por dinero, se estrellaron contra una alianza de poderes fácticos, intereses particulares y la ausencia de un servicio público profesional. Un tema tan incómodo para tantos, que recorre toda la vida de la nación y se encuentra en las raíces de los árboles genealógicos más emblemáticos, Quiroz revisa el significado histórico de la corrupción y su impacto en la configuración del Perú, especialmente en términos de desarrollo potencial frustrado.

Documenta cómo en el siglo XVIII Antonio de Ulloa denunció injusticias, negociados y abusos, pero sus esfuerzos y algunas tímidas iniciativas venidas de ultramar sucumbieron a los apetitos de funcionarios reales y elites criollas, que, en las postrimerías de la colonia, colaboraron para retrasar lo más posible una independencia que vino de fuera. El periodo republicano, con sus libertadores extranjeros y una elite aterrorizada por la población andina, se inició con una guerra de caudillos que no hicieron sino profundizar la corrupción. Los empréstitos contratados a espaldas del país y la dilapidación de la riqueza guanera se unieron a enfrentamientos en los que los adversarios se acusaban mutuamente de corruptos. Podemos seguir los vericuetos de las intrigas de las familias que se adueñaron del Perú, las sustanciosas coimas que producía la compra de material bélico ante el conflicto con España y la masiva construcción de obras públicas. El asesinato de un político reformista y civilista como Pardo, golpes y contragolpes y, finalmente, la desastrosa guerra del pacifico, dejaron completamente al desnudo una sociedad cuyos conductores no tenían ninguna noción del bien común, ni el más elemental sentido de trascendencia nacional e institucional. Podría pensarse que una improvisación corrupta que condujo a la pérdida de territorio y a una catástrofe económica, junto con la denuncia de estilo profético de Manuel González Prada, podrían haber conducido a un proceso de regeneración. Pero no. Choques de caudillos, renegociaciones –el contrato Grace– de deudas gigantescas y alianzas con grandes intereses foráneos, terminaron con la autocracia de Leguía, quien condujo una seudo democracia y un impulso modernizador administrado por sus amigotes que trataron al estado como botín. La historia se acerca a nuestros días, los círculos de corrupción que sobreviven a los intentos de cambio que traen José Carlos Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre. Fundadores de partidos, ideólogos vigorosos y personas probas, trajeron esperanzas a una población que comenzaba a urbanizarse y protagonizaría migraciones masivas hacia la ciudad de Lima. Entre los nuevos aires, por un lado, y los esfuerzos oligárquicos por detenerlos o domesticarlos –trabajo siempre encomendado a miembros de las Fuerzas Armadas–, y salvo el corto periodo de Bustamante y Rivero, la corrupción se instala en regímenes militares y, al final, en contubernios que traicionan los afanes de reforma, en medio de una nueva fuente de riqueza y coima: los ingresos que trae la reactivación económica por el esfuerzo bélico de la Segunda Guerra Mundial y la postguerra. La ilusión de un nacionalismo reformista de clase media que significó Fernando Belaunde, terminó arrinconada por una oposición de derecha y un discurso antiimperialista que, justamente, tomó como bandera la anticorrupción: el escándalo de la página 11, los debates sobre La Brea y Pariñas y la International Petroleum Company proporcionaron un argumento final al ingreso del reformismo militar. La oposición entre derechistas e izquierdistas en el círculo íntimo de Juan Velasco Alvarado fue un asunto de ideología, pero también de reparto. Terminaron por imponerse los primeros y se fueron desmontando los “cambios revolucionarios irreversibles”, acabando en la asamblea constituyente y el regreso a la presidencia de Fernando Belaúnde. Entre éste y su sucesor, Alan García, fueron diez años de democracia, salpicados por innumerables escándalos de corrupción que fueron generando un desencanto general con la política y la búsqueda de figuras mesiánicas que viniera de fuera. Cuando se hizo evidente que Alan García estaba presidiendo un régimen inviable en lo económico y corrupto, ante la fallida nacionalización de la banca y el ingreso en la arena política del ahora Premio Nobel de literatura Mario Vargas Llosa, los peruanos se prepararon para un cambio que adecentara la política. Pero no fue el escritor, sino un desconocido profesor de la Universidad Nacional Agraria, Alberto Fujimori, quien se hizo con el poder. Y con él, regresaron operadores políticos oscuros que venían del gobierno militar y que fueron cooptando el Poder Judicial y otras instituciones. Al amparo de muchas de las reformas económicas propugnadas por Vargas Llosa y que sonaron a “música celestial” para los oídos del FMI y del empresariado nacional fue tejiendo una alianza entre éste, las burocracias internacionales, las fuerzas armadas y el aparato de inteligencia conducido por Vladimiro Montesinos. Es en ese contexto en el que se desarrolló una cleptocracia autoritaria y modernizadora, nueva versión del leguismo de fin de siglo, con medios de comunicación domesticados y una población que reforzó el clientelismo resignado que se expresa en “roba pero hace obras”. Ahora; por ejemplo - sabemos lo que paso con las privatizaciones: 9,221 millones de dólares, dinero fruto de la venta de los activos del Estado, obviamente ingresaba solo por una vez y fue dilapidado completamente en vez de ser usado prudentemente para el desarrollo nacional. Hoy en día quedan apenas 543 millones de dólares, y el resto se ha evaporado en diversas compras inútiles, concretadas solamente por interés en la coima. Es historia cómo explosionó el régimen de Fujimori y, aunque el retorno a la democracia se hizo bajo la bandera de la lucha contra la corrupción, Toledo no la llevó demasiado lejos y el periodo de Alan García, en su segundo mandato ha estado marcado por sendos escándalos de corrupción donde los intereses privados viven de manera promiscua con los agentes del Estado, en el Perú de hoy, tres Ex – Presidentes: Fujimori, preso en la cárcel por asesino y ladrón, Alan García y Alejandro Toledo, están dando batalla por actos de corrupción que les salpica directamente, esto es como alguien dijo que; no se le hace servicio a un carro alquilado. El problema en el Perú es que sus habitantes, sobre todo si llegan a ejercer poder –lo mismo ocurre con parques, terrenos y otros espacios donde hay una dinámica entre público y privado– es que tratan al país como un carro alquilado. Lo usan, lo aprovechan, lo explotan, no lo cuidan, se roban las piezas antes de que venga otro conductor y se lo quite, lo ponga operacional con algo de maquillaje y a comenzar de nuevo. Cuando uno revisa el libro, al ver el porcentaje que ha costado la corrupción, entre 3% y 4% del PBI, entre 30% y 40% del gasto público, uno no puede sino sentir desánimo. La corrupción emerge de este libro como un enorme robo al futuro, un obstáculo mayor para el desarrollo, una burla a la esperanza. Sin embargo, la corrupción es susceptible de ser enfrentada y derrotada. En el Perú no solamente existe una tradición en este terreno. Por el contrario, debido precisamente a la extensión del mal, se halla presente una segunda tradición que hace de las manos limpias su razón de ser. Esa tradición es tan antigua como la otra y siempre ha pretendido enderezar la vida nacional. Este no es solamente el país de Montesinos y Fujimori; es también el país de Manuel González Prada y José Carlos Mariátegui, de Gustavo Gutiérrez y Javier Diez Canseco. Este es un país donde hay una lucha abierta, que en otras latitudes ya se zanjó hace mucho tiempo. Entre nosotros ese combate aún no ha terminado.

Director Grupo Editor del Norte*