Esta fotografía representa a la clase política peruana, escoja
cual de los personajes que aparece, se salva, de escándalos de corrupción. ¿Será
que existe una crisis política y de partidos en el Perú?
Por Lucio Agustín Torres*
Alfonso W. Quiroz, fue
un destacado historiador peruano, pionero en el estudio del pasado de las
finanzas peruanas. Graduado en Historia por la Pontificia Universidad Católica
del Perú, desarrolló estudios de maestría y doctorado en la Universidad de
Columbia, Nueva York (EE.UU.), donde se especializó en historia de América
Latina, el Caribe e historia comparada. Profesor en Baruch College y el
Graduate Center de la City University of New York y autor de varios libros
entre los que destacan “Domestic and Foreign Finance in Modern Peru, 1850-1950” (1993), “Deudas olvidadas: instrumentos de crédito en la economía colonial
peruana 1750-1820” (1993), y “La deuda defrauda: consolidación
de 1850 y dominio económico en el Perú” (1987).
Lamentablemente falleció en Enero 2013 – El Instituto de
Estudios Peruanos (IEP) y el Instituto de Defensa Legal (IDL) en una
contribución académica y de importancia actual, el 14 de Mayo presento la obra
de Alfonso Quiroz editada al español “La Historia de la Corrupción en el Perú”
Desde una perspectiva histórica y minuciosamente documentada, el autor nos
presenta al Perú, profundamente afectado por la corrupción administrativa y
estatal, que puede medirse desde las postrimerías del periodo colonial hasta
nuestros días. Así, la descripción y el análisis en detalle que realiza sobre
el abuso de los recursos públicos nos ayudan a entender cómo la corrupción ha
limitado el desarrollo y el progreso del país.
La corrupción es un fenómeno que ha afectado al Perú a lo
largo de su historia. El ofrecimiento y la recepción de sobornos, la
malversación y mala asignación de fondos públicos, los escándalos financieros y
políticos, el fraude electoral, el tráfico de influencias, son algunas de las
formas en que se ha manifestado. Pero, más allá de las repercusiones
mediáticas, ¿cuánto sabemos sobre las causas específicas
de la corrupción en el país y los costos económicos e institucionales que ha
generado?
Para Alfonso Quiroz, estamos frente a un problema
sistémico que no solo permanece en el tiempo, sino que además cambia, se perfecciona y se torna por momentos incontrolable y lesivo
para los intereses de millones de peruanos que, aún después de sucesivas
bonanzas, siguen siendo pobres.
A lo largo de ciclos consecutivos, vemos cómo
algunos intentos de consolidar el imperio de la ley, la regulación de
oportunidades para todos, el control de los poderosos por función o por dinero,
se estrellaron contra una alianza de poderes fácticos, intereses particulares y
la ausencia de un servicio público profesional. Un tema tan incómodo para
tantos, que recorre toda la vida de la nación y se encuentra en las raíces
de los árboles genealógicos más emblemáticos, Quiroz revisa el significado histórico de la corrupción y su impacto en la
configuración del Perú, especialmente en términos de desarrollo potencial
frustrado.
Documenta cómo en el siglo XVIII Antonio de
Ulloa denunció injusticias, negociados y abusos, pero sus esfuerzos y algunas
tímidas iniciativas venidas de ultramar sucumbieron a los apetitos de
funcionarios reales y elites criollas, que, en las postrimerías de la colonia,
colaboraron para retrasar lo más posible una independencia que vino de fuera. El
periodo republicano, con sus libertadores extranjeros y una elite aterrorizada
por la población andina, se inició con una guerra de caudillos que no hicieron
sino profundizar la corrupción. Los empréstitos contratados a espaldas del país
y la dilapidación de la riqueza guanera se unieron a enfrentamientos en los que
los adversarios se acusaban mutuamente de corruptos. Podemos seguir los vericuetos de las intrigas de las familias que se
adueñaron del Perú, las sustanciosas coimas que producía la
compra de material bélico ante el conflicto con España y la masiva construcción
de obras públicas. El asesinato de un político reformista y civilista como
Pardo, golpes y contragolpes y, finalmente, la desastrosa guerra del pacifico,
dejaron completamente al desnudo una sociedad cuyos conductores no tenían
ninguna noción del bien común, ni el más elemental sentido de trascendencia
nacional e institucional. Podría pensarse que una improvisación corrupta que
condujo a la pérdida de territorio y a una catástrofe económica, junto con la
denuncia de estilo profético de Manuel González Prada, podrían haber conducido
a un proceso de regeneración. Pero no. Choques de caudillos, renegociaciones
–el contrato Grace– de deudas gigantescas y alianzas con grandes intereses
foráneos, terminaron con la autocracia de Leguía, quien condujo una seudo
democracia y un impulso modernizador administrado por sus amigotes que trataron
al estado como botín. La historia se acerca a nuestros días, los círculos de
corrupción que sobreviven a los intentos de cambio que traen José Carlos
Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre. Fundadores de partidos, ideólogos
vigorosos y personas probas, trajeron esperanzas a una población que comenzaba
a urbanizarse y protagonizaría migraciones masivas hacia la ciudad de Lima.
Entre los nuevos aires, por un lado, y los esfuerzos oligárquicos por
detenerlos o domesticarlos –trabajo siempre encomendado a miembros de las
Fuerzas Armadas–, y salvo el corto periodo de Bustamante y Rivero, la
corrupción se instala en regímenes militares y, al final, en contubernios que
traicionan los afanes de reforma, en medio de una nueva fuente de riqueza y
coima: los ingresos que trae la reactivación económica por el esfuerzo bélico
de la Segunda Guerra Mundial y la postguerra. La ilusión de un nacionalismo
reformista de clase media que significó Fernando Belaunde, terminó arrinconada
por una oposición de derecha y un discurso antiimperialista que, justamente,
tomó como bandera la anticorrupción: el escándalo de la página 11, los debates
sobre La Brea y Pariñas y la International Petroleum Company proporcionaron un
argumento final al ingreso del reformismo militar. La oposición entre
derechistas e izquierdistas en el círculo íntimo de Juan Velasco Alvarado fue
un asunto de ideología, pero también de reparto. Terminaron por imponerse los
primeros y se fueron desmontando los “cambios revolucionarios irreversibles”,
acabando en la asamblea constituyente y el regreso a la presidencia de Fernando
Belaúnde. Entre éste y su sucesor, Alan García, fueron diez años de democracia,
salpicados por innumerables escándalos de corrupción que fueron generando un
desencanto general con la política y la búsqueda de figuras mesiánicas que
viniera de fuera. Cuando se hizo evidente que Alan García estaba presidiendo un régimen
inviable en lo económico y corrupto, ante la fallida nacionalización de la
banca y el ingreso en la arena política del ahora Premio Nobel de literatura
Mario Vargas Llosa, los peruanos se prepararon para un cambio que adecentara la
política. Pero no
fue el escritor, sino un desconocido profesor de la Universidad Nacional
Agraria, Alberto Fujimori, quien se hizo con el poder. Y con él, regresaron
operadores políticos oscuros que venían del gobierno militar y que fueron
cooptando el Poder Judicial y otras instituciones. Al amparo de muchas de las
reformas económicas propugnadas por Vargas Llosa y que sonaron a “música
celestial” para los oídos del FMI y del empresariado nacional fue tejiendo una
alianza entre éste, las burocracias internacionales, las fuerzas armadas y el
aparato de inteligencia conducido por Vladimiro Montesinos. Es en ese contexto
en el que se desarrolló una cleptocracia autoritaria y modernizadora, nueva
versión del leguismo de fin de siglo, con medios de comunicación domesticados y
una población que reforzó el clientelismo resignado que se expresa en “roba
pero hace obras”. Ahora; por ejemplo - sabemos lo que paso con las
privatizaciones: 9,221 millones de dólares, dinero fruto de la venta de los activos del
Estado, obviamente ingresaba solo por una vez y fue dilapidado completamente en
vez de ser usado prudentemente para el desarrollo nacional. Hoy en día quedan
apenas 543 millones de dólares, y el resto se ha evaporado en diversas compras
inútiles, concretadas solamente por interés en la coima. Es historia cómo explosionó el régimen de Fujimori y, aunque el
retorno a la democracia se hizo bajo la bandera de la lucha contra la
corrupción, Toledo no la llevó demasiado lejos y el periodo de Alan García, en
su segundo mandato ha estado marcado por sendos escándalos de corrupción donde
los intereses privados viven de manera promiscua con los agentes del Estado, en
el Perú de hoy, tres Ex – Presidentes: Fujimori, preso en la cárcel por asesino
y ladrón, Alan García y Alejandro Toledo, están dando batalla por actos de
corrupción que les salpica directamente, esto es como alguien dijo que; no se le hace servicio a un carro alquilado. El
problema en el Perú es que sus habitantes, sobre todo si llegan a ejercer poder
–lo mismo ocurre con parques, terrenos y otros espacios donde hay una dinámica
entre público y privado– es que tratan al país como un carro alquilado. Lo
usan, lo aprovechan, lo explotan, no lo cuidan, se roban las piezas antes de
que venga otro conductor y se lo quite, lo ponga operacional con algo de
maquillaje y a comenzar de nuevo. Cuando uno revisa el libro,
al ver el porcentaje que ha costado la corrupción, entre 3% y 4% del PBI, entre
30% y 40% del gasto público, uno no puede sino sentir desánimo. La corrupción
emerge de este libro como un enorme robo al futuro, un obstáculo mayor para el
desarrollo, una burla a la esperanza. Sin
embargo, la corrupción es susceptible de ser enfrentada y derrotada. En el Perú
no solamente existe una tradición en este terreno. Por el contrario, debido
precisamente a la extensión del mal, se halla presente una segunda tradición
que hace de las manos limpias su razón de ser. Esa tradición es tan antigua
como la otra y siempre ha pretendido enderezar la vida nacional. Este no es
solamente el país de Montesinos y Fujimori; es también el país de Manuel
González Prada y José Carlos Mariátegui, de Gustavo Gutiérrez y Javier Diez
Canseco. Este es un país donde hay una lucha abierta, que en otras latitudes ya
se zanjó hace mucho tiempo. Entre nosotros ese combate aún no ha terminado.
Director Grupo Editor del Norte*