viernes, 28 de junio de 2013

El sistema Financiero











Por Lucio Agustín Torres *





Semanas atrás, en una reunión a la que fui invitado, conocí personas que al socializar e identificarme, indique que era bloguero y columnistas de la sección económica de un medio de comunicación.
No lo dijeron, pero en sus semblantes reflejaban, algo así como: “Ay, que aburrido” y en verdad no dejan de tener razón, la economía y los economistas cada día se alejan de la realidad y de la gente – utilizan un lenguaje para “marcianos” que la gran mayoría se aburre y no entiende, y mientras más enredados expliquen las políticas económicas, más alejados de la realidad y sociedad se encuentran.

EL SISTEMA FINANCIERO

La prueba de lo afirmado, es el sistema financiero global y de Estados Unidos, ya no sirven para el propósito que fueron creados, algunos alcances:
Andrew Haldane, director ejecutivo de Estabilidad Financiera en el Bank of England (la versión en el Reino Unido de la Reserva Federal) dijo que la crisis financiera, que ahora tiene seis años, terminará por costar a la economía mundial entre 60 billones [millones de millones] de dólares y 200 billones en pérdida del PIB. Si esta cifra es correcta, “sorprende” declaraciones por parte de un miembro de la elite gobernante. Ahora trate de imaginar esas cifras. El PIB de EE.UU., el mayor del mundo, es de unos 15 billones. Lo que nos dice Haldane es que la crisis financiera terminará por costar al mundo ingresos reales entre 4 y 13 veces el tamaño del actual Producto Interno Bruto de EE.UU. Podría resultar que se trata de un pronóstico pesimista. A la larga, la crisis financiera podría destruir la civilización occidental.
El enorme coste de la crisis tiene una sola fuente, la desregulación financiera.

DESREGULACIÓN FINANCIERA

Mientras temblamos por temor a los “terroristas”, lo que nos está destruyendo es la desregulación financiera, con la ayuda de la deslocalización de puestos de trabajo. La desregulación financiera ha tenido consecuencias peligrosas y adversas. Permitió una concentración financiera que produjo “bancos demasiado grandes para quebrar”, requiriendo por lo tanto que el público en general absorba los costes de los errores y del juego de azar de los bancos. La desregulación permitió que los bancos apalancaran una pequeña cantidad de capital con enormes deudas a fin de maximizar el rendimiento de los valores, maximizando con ello la inestabilidad del sistema financiero y el coste para la sociedad de las malas apuestas de los bancos. La desregulación permitió que las instituciones financieras dejaran de lado los límites a las posiciones de especuladores y dominaran los mercados de materias primas, convirtiéndolos en un casino de juego y aumentando los precios de la energía y los alimentos.

Simon Johnson, ex - economista jefe del Fondo Monetario Internacional y actualmente profesor en el instituto tecnológico de Massachusetts ( MIT) dice: “Pienso que la desregulación es una receta para el desastre”. El problema es, dice Johnson, que la política económica correcta está bloqueada por las inmensas donaciones que los bancos hacen a las campañas políticas. Esto significa que las actitudes de Wall Street y los modelos de riesgo defectuosos llevarán a una crisis financiera aún mayor que la que seguimos sufriendo. Y sucederá antes de una recuperación de la actual crisis. Unos pocos, particularmente dentro y alrededor del sistema financiero, han llegado a ser demasiado poderosos. Se les permitió que tomaran muchos riesgos, e hicieron un daño masivo a la economía, la pérdida de más de ocho millones de puestos de trabajo. Todavía nos esforzamos en volver a algo parecido a los niveles de empleo que teníamos antes de 2008. Y han causado un daño masivo al presupuesto. Este daño al presupuesto es duradero; afecta al presupuesto cuando necesitamos que sea más fuerte porque la sociedad está envejeciendo. Tenemos que apoyar a la Seguridad Social y apoyar a Medicare sobre una base justa. Tenemos que restaurar y reconstruir los ingresos, que han sido totalmente devastados por la crisis financiera. La gente tiene que comprender el vínculo entre lo que hicieron los bancos y el presupuesto. Y demasiada gente no lo comprende”.

A los economistas sobre todo a los que manejan cargos de la política económica, recordar la famosa frase que popularizo Bill Clinton durante la campaña electoral 1992 ¡La economía estúpido, la economía!

 

Director Editor del Norte*

viernes, 21 de junio de 2013

Trabajo y Crecimiento económico Peruano









Por Lucio Agustín Torres





En varias oportunidades hemos sostenido que el crecimiento de la economía peruana, está atada a la inestabilidad de los precios internacionales de materias primas, La vulnerabilidad externa es, entonces, una de las características del actual estilo de crecimiento primario exportador del país. Los productos primarios siguen representando cerca del 78% del total de las exportaciones, al igual que en 1980. La única novedad es que al interior de estos productos, los mineros ganaron participación en los últimos años. Pero el “milagro peruano” convive con una alta tasa de desigualdad. El crecimiento económico sostenido puede reducir la pobreza, pero mantiene la desigualdad. Eso es lo que se observa en la economía peruana de hoy. Este patrón de crecimiento descuida el desarrollo del agro y de la industria manufacturera. La pérdida de importancia de estos sectores ha generado un crecimiento espectacular de las importaciones reales.
La economía se ha hecho así más dependiente de importaciones. Afectando la producción nacional y en consecuencia la creación de puestos de trabajo, sector que al parecer no se ha beneficiado del crecimiento económico.
El 94% de la población económicamente activa (PEA) está empleada y un 70% de ellos labora en el sector informal (es decir no planilla, no seguro ni seguridad social). El Instituto nacional estadística e informática ( INEI) concuerda con diversos estudios que señalan que el trabajo independiente no calificado, el trabajo en pequeñas empresas urbanas de menos de 10 trabajadores, el trabajo campesino y el trabajo en hogares constituyen alrededor de las tres cuartas partes de la ocupación nacional. En el sector formal, las cosas no están mejor. El Ministerio de Trabajo dice que alrededor del 30% de la población ocupada en este sector recibe una remuneración menor a 1.200 soles (sin incluir pesca y minería). Menos de la quinta parte de la población ocupada tiene seguridad social y sólo el 15% de la población tiene un aporte real al sistema de pensiones. El 85% de los trabajadores peruanos no tendrá pensión en el futuro.
Incluso profesionales como maestros ganan S/. 1.244 (soles). Mucho menos de lo que se paga, en promedio, a un maestro en los países de la región. En México un profesor de primaria gana 16% más, en Brasil 17%, en Colombia 28 % y en Chile 69 % más. Y los médicos ganan hoy en promedio S/. 3.068 (soles). Menos del 45% de lo que gana un médico en Brasil y apenas el 35% de lo que se le paga a un médico en Chile. La pugna entre trabajo decente y trabajo oprimido marca las características del crecimiento económico peruano y constituye una bandera fundamental del trabajador peruano a luchar por un salario justo. Con cifras y argumentos como los expuestos – solo se demuestra que: dos décadas de crecimiento Neoliberal, cifras macroeconómicas que benefician a unas pocas empresas monopólicas de sectores como la minería, dejando con empleo mal pagados a la gran mayoría de trabajadores peruanos.
Javier Diez Canseco, incansable luchador por los derechos de los trabajadores, en una de sus últimas columnas de opinión antes de fallecer decía “¿Qué hacer para que los hombres y mujeres del Perú tengan trabajo digno? Queremos remuneraciones justas, condiciones adecuadas y seguras de trabajo, seguridad social y derechos de organización y negociación colectiva. Urge articular y aglutinar fuerzas. Los cambios no llegarán solos. Hay que imponer la agenda del cambio sobre la agenda de la continuidad. Los partidos políticos que están por el cambio, los sindicatos y los trabajadores en general tienen la obligación de establecer una plataforma que impulse una campaña sostenida a favor del trabajo decente y un justo reparto de la torta del crecimiento. Una Conferencia Nacional por el trabajo decente que levante una plataforma común de los trabajadores y su unidad en la acción abriría las puertas de una auténtica transformación.”
En el Perú el subempleo y desempleo representan más del 50% PEA nacional. En esa línea, la pobreza peruana (que alcanza a 5 de cada 10 connacionales) sería consecuencia, principalmente, del fracaso del modelo de crecimiento, asentado en una matriz primario exportadora (de impacto limitado en la generación de empleos) en desmedro del mercado interno. ¿Qué tipo de productividad – y de desarrollo social – se puede esperar en un país con una clase trabajadora sin acceso a los derechos sociales más elementales? Y encima las últimas medidas dictadas por el gobierno, para atraer más inversiones, ha sido: flexibilización laboral, es decir más cholo barato. Esta es la realidad del trabajo en plena etapa del crecimiento peruano.

sábado, 15 de junio de 2013

PAPA








Hoy voy a pensar en ti y de qué manera, gracias por compartir conmigo todo este tiempo, y a pesar que comunicarte no era tu estilo, tu mirada noble reflejo siempre, ser buen amigo.
Tu fortaleza espiritual siempre fue señal de hombre honesto, trabajador y bueno, con tus valores pudiste construir una familia hermosa, el tiempo te permitió ver crecer tus siete nietos.
Gracias por proteger mi niñez, por cuidar de mi adolescencia y preocuparte en mi adultez.
Vives en mí, por todo el amor que me distes…Hoy voy a pensar en ti y de qué manera.

lunes, 3 de junio de 2013

La Historia de la corrupción en el Perú



Esta fotografía representa a la clase política peruana, escoja cual de los personajes que aparece, se salva, de escándalos de corrupción. ¿Será que existe una crisis política y de partidos en el Perú?







Por Lucio Agustín Torres*


Alfonso W. Quiroz, fue un destacado historiador peruano, pionero en el estudio del pasado de las finanzas peruanas. Graduado en Historia por la Pontificia Universidad Católica del Perú, desarrolló estudios de maestría y doctorado en la Universidad de Columbia, Nueva York (EE.UU.), donde se especializó en historia de América Latina, el Caribe e historia comparada. Profesor en Baruch College y el Graduate Center de la City University of New York y autor de varios libros entre los que destacan “Domestic and Foreign Finance in Modern Peru, 1850-1950(1993), “Deudas olvidadas: instrumentos de crédito en la economía colonial peruana 1750-1820” (1993), y “La deuda defrauda: consolidación de 1850 y dominio económico en el Perú” (1987).

Lamentablemente falleció en Enero 2013 – El Instituto de Estudios Peruanos (IEP) y el Instituto de Defensa Legal (IDL) en una contribución académica y de importancia actual, el 14 de Mayo presento la obra de Alfonso Quiroz editada al español “La Historia de la Corrupción en el Perú” Desde una perspectiva histórica y minuciosamente documentada, el autor nos presenta al Perú, profundamente afectado por la corrupción administrativa y estatal, que puede medirse desde las postrimerías del periodo colonial hasta nuestros días. Así, la descripción y el análisis en detalle que realiza sobre el abuso de los recursos públicos nos ayudan a entender cómo la corrupción ha limitado el desarrollo y el progreso del país.

La corrupción es un fenómeno que ha afectado al Perú a lo largo de su historia. El ofrecimiento y la recepción de sobornos, la malversación y mala asignación de fondos públicos, los escándalos financieros y políticos, el fraude electoral, el tráfico de influencias, son algunas de las formas en que se ha manifestado. Pero, más allá de las repercusiones mediáticas, ¿cuánto sabemos sobre las causas específicas de la corrupción en el país y los costos económicos e institucionales que ha generado?

Para Alfonso Quiroz, estamos frente a un problema sistémico que no solo permanece en el tiempo, sino que además cambia, se perfecciona y se torna por momentos incontrolable y lesivo para los intereses de millones de peruanos que, aún después de sucesivas bonanzas, siguen siendo pobres.

A lo largo de ciclos consecutivos, vemos cómo algunos intentos de consolidar el imperio de la ley, la regulación de oportunidades para todos, el control de los poderosos por función o por dinero, se estrellaron contra una alianza de poderes fácticos, intereses particulares y la ausencia de un servicio público profesional. Un tema tan incómodo para tantos, que recorre toda la vida de la nación y se encuentra en las raíces de los árboles genealógicos más emblemáticos, Quiroz revisa el significado histórico de la corrupción y su impacto en la configuración del Perú, especialmente en términos de desarrollo potencial frustrado.

Documenta cómo en el siglo XVIII Antonio de Ulloa denunció injusticias, negociados y abusos, pero sus esfuerzos y algunas tímidas iniciativas venidas de ultramar sucumbieron a los apetitos de funcionarios reales y elites criollas, que, en las postrimerías de la colonia, colaboraron para retrasar lo más posible una independencia que vino de fuera. El periodo republicano, con sus libertadores extranjeros y una elite aterrorizada por la población andina, se inició con una guerra de caudillos que no hicieron sino profundizar la corrupción. Los empréstitos contratados a espaldas del país y la dilapidación de la riqueza guanera se unieron a enfrentamientos en los que los adversarios se acusaban mutuamente de corruptos. Podemos seguir los vericuetos de las intrigas de las familias que se adueñaron del Perú, las sustanciosas coimas que producía la compra de material bélico ante el conflicto con España y la masiva construcción de obras públicas. El asesinato de un político reformista y civilista como Pardo, golpes y contragolpes y, finalmente, la desastrosa guerra del pacifico, dejaron completamente al desnudo una sociedad cuyos conductores no tenían ninguna noción del bien común, ni el más elemental sentido de trascendencia nacional e institucional. Podría pensarse que una improvisación corrupta que condujo a la pérdida de territorio y a una catástrofe económica, junto con la denuncia de estilo profético de Manuel González Prada, podrían haber conducido a un proceso de regeneración. Pero no. Choques de caudillos, renegociaciones –el contrato Grace– de deudas gigantescas y alianzas con grandes intereses foráneos, terminaron con la autocracia de Leguía, quien condujo una seudo democracia y un impulso modernizador administrado por sus amigotes que trataron al estado como botín. La historia se acerca a nuestros días, los círculos de corrupción que sobreviven a los intentos de cambio que traen José Carlos Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre. Fundadores de partidos, ideólogos vigorosos y personas probas, trajeron esperanzas a una población que comenzaba a urbanizarse y protagonizaría migraciones masivas hacia la ciudad de Lima. Entre los nuevos aires, por un lado, y los esfuerzos oligárquicos por detenerlos o domesticarlos –trabajo siempre encomendado a miembros de las Fuerzas Armadas–, y salvo el corto periodo de Bustamante y Rivero, la corrupción se instala en regímenes militares y, al final, en contubernios que traicionan los afanes de reforma, en medio de una nueva fuente de riqueza y coima: los ingresos que trae la reactivación económica por el esfuerzo bélico de la Segunda Guerra Mundial y la postguerra. La ilusión de un nacionalismo reformista de clase media que significó Fernando Belaunde, terminó arrinconada por una oposición de derecha y un discurso antiimperialista que, justamente, tomó como bandera la anticorrupción: el escándalo de la página 11, los debates sobre La Brea y Pariñas y la International Petroleum Company proporcionaron un argumento final al ingreso del reformismo militar. La oposición entre derechistas e izquierdistas en el círculo íntimo de Juan Velasco Alvarado fue un asunto de ideología, pero también de reparto. Terminaron por imponerse los primeros y se fueron desmontando los “cambios revolucionarios irreversibles”, acabando en la asamblea constituyente y el regreso a la presidencia de Fernando Belaúnde. Entre éste y su sucesor, Alan García, fueron diez años de democracia, salpicados por innumerables escándalos de corrupción que fueron generando un desencanto general con la política y la búsqueda de figuras mesiánicas que viniera de fuera. Cuando se hizo evidente que Alan García estaba presidiendo un régimen inviable en lo económico y corrupto, ante la fallida nacionalización de la banca y el ingreso en la arena política del ahora Premio Nobel de literatura Mario Vargas Llosa, los peruanos se prepararon para un cambio que adecentara la política. Pero no fue el escritor, sino un desconocido profesor de la Universidad Nacional Agraria, Alberto Fujimori, quien se hizo con el poder. Y con él, regresaron operadores políticos oscuros que venían del gobierno militar y que fueron cooptando el Poder Judicial y otras instituciones. Al amparo de muchas de las reformas económicas propugnadas por Vargas Llosa y que sonaron a “música celestial” para los oídos del FMI y del empresariado nacional fue tejiendo una alianza entre éste, las burocracias internacionales, las fuerzas armadas y el aparato de inteligencia conducido por Vladimiro Montesinos. Es en ese contexto en el que se desarrolló una cleptocracia autoritaria y modernizadora, nueva versión del leguismo de fin de siglo, con medios de comunicación domesticados y una población que reforzó el clientelismo resignado que se expresa en “roba pero hace obras”. Ahora; por ejemplo - sabemos lo que paso con las privatizaciones: 9,221 millones de dólares, dinero fruto de la venta de los activos del Estado, obviamente ingresaba solo por una vez y fue dilapidado completamente en vez de ser usado prudentemente para el desarrollo nacional. Hoy en día quedan apenas 543 millones de dólares, y el resto se ha evaporado en diversas compras inútiles, concretadas solamente por interés en la coima. Es historia cómo explosionó el régimen de Fujimori y, aunque el retorno a la democracia se hizo bajo la bandera de la lucha contra la corrupción, Toledo no la llevó demasiado lejos y el periodo de Alan García, en su segundo mandato ha estado marcado por sendos escándalos de corrupción donde los intereses privados viven de manera promiscua con los agentes del Estado, en el Perú de hoy, tres Ex – Presidentes: Fujimori, preso en la cárcel por asesino y ladrón, Alan García y Alejandro Toledo, están dando batalla por actos de corrupción que les salpica directamente, esto es como alguien dijo que; no se le hace servicio a un carro alquilado. El problema en el Perú es que sus habitantes, sobre todo si llegan a ejercer poder –lo mismo ocurre con parques, terrenos y otros espacios donde hay una dinámica entre público y privado– es que tratan al país como un carro alquilado. Lo usan, lo aprovechan, lo explotan, no lo cuidan, se roban las piezas antes de que venga otro conductor y se lo quite, lo ponga operacional con algo de maquillaje y a comenzar de nuevo. Cuando uno revisa el libro, al ver el porcentaje que ha costado la corrupción, entre 3% y 4% del PBI, entre 30% y 40% del gasto público, uno no puede sino sentir desánimo. La corrupción emerge de este libro como un enorme robo al futuro, un obstáculo mayor para el desarrollo, una burla a la esperanza. Sin embargo, la corrupción es susceptible de ser enfrentada y derrotada. En el Perú no solamente existe una tradición en este terreno. Por el contrario, debido precisamente a la extensión del mal, se halla presente una segunda tradición que hace de las manos limpias su razón de ser. Esa tradición es tan antigua como la otra y siempre ha pretendido enderezar la vida nacional. Este no es solamente el país de Montesinos y Fujimori; es también el país de Manuel González Prada y José Carlos Mariátegui, de Gustavo Gutiérrez y Javier Diez Canseco. Este es un país donde hay una lucha abierta, que en otras latitudes ya se zanjó hace mucho tiempo. Entre nosotros ese combate aún no ha terminado.

Director Grupo Editor del Norte*