Lucio Agustín Torres *
La “guerra de las divisas” que vienen librando desde hace semanas principalmente China y Estados Unidos, afectando en distintos niveles al resto de las economías mundiales, no se ha disipado como algunos esperaban en la cumbre del G-20 que tuvo lugar en Seúl, la capital de Corea del Sur. La resolución del complejo y espinoso tema de cómo adecuar las monedas nacionales a través de devaluaciones de sus monedas que les permitan exportar más a precios competitivos, sin afectar al mismo tiempo drásticamente a los otros, ha quedado postergada hasta la próxima cumbre del G-20 dentro de un año. Barack Obama no logró que se obligara a China a frenar la devaluación del yuan.
"China gasta mucho dinero para mantener su moneda infravalorada", dijo Obama, y debe "de modo gradual, hacer una transición al valor de mercado”. Obama defendió a su vez el estímulo monetario de la Reserva Federal de su país, que propició también una desvalorización del dólar: “Se hizo para que la economía creciera y no para tener un impacto directo en el valor de la moneda”, adujo el presidente, haciendo así frente a las críticas de “proteccionismo” hechas por algunos países europeos.
La realización de esta cumbre en Seúl coincidió con un momento en que las alarmas sobre el estado de las economías de la Unión Europea acababan de saltar de nuevo, tras la tregua producida después del “rescate” de la UE a Grecia de meses atrás. Durante la semana pasada, uno de los eslabones más débiles de la cadena económica europea, Irlanda, pareció hacer “click”, cuando la presión de “los mercados” –una vez más- puso a ese país al borde del abismo, subiendo su prima de riesgo en 600 puntos, lo que provocó de inmediato un efecto contagio en Portugal y Grecia.
Irlanda volvió a ser noticia en los días recientes, pues el costo de colocar nueva deuda en los mercados de bonos se eleva por la incertidumbre sobre cómo actuarán los gobiernos de la Unión Europea ante una nueva crisis. Alemania y Francia quieren que los inversionistas privados participen en mayor proporción en caso de incumplimiento de pago de los gobiernos deudores. La incertidumbre persiste y el horizonte de los inversionistas tiende a acortarse, buscando rendimientos a plazos cortos, lo que significa una distorsión del financiamiento de la producción, la construcción de infraestructura y la gestión de los sistemas de pensiones.
Las deudas han ido creciendo alrededor del mundo. Los gobiernos de los países más ricos se han endeudado fuerte y rápidamente desde la crisis de finales de 2008, y la expansión continúa. El caso de Estados Unidos es muy patente, suman billones de dólares (trillones según se mide allá) sin que aún se revierta de modo decisivo la debilidad de la economía. También el sector de las familias está sobrendeudado y sus activos están subvaluados. Las empresas pequeñas y medianas siguen sin tener acceso al crédito para producir.
En otros países los gobiernos han tenido que intervenir también para evitar la quiebra de los sistemas financieros. Esto es lo que ahora se ha planteado entre los reguladores como los riesgos de tipo sistémico y que todavía no se resuelve cómo se habrá de tratar. Una cosa es que se sabe que hay que reordenar el sistema para evitar una crisis de la dimensión de la actual y, otra, es que se alcance en un compromiso político viable.
La realidad es que el desorden se manifiesta en la contradicción que surge de políticas nacionales aplicadas por los gobiernos para intentar erradicar los efectos de la crisis en su territorios, y es una crisis que tiene dimensiones sistémicas, integrales, que no admite paliativos parciales, locales, nacionales. En realidad, desafía a pensar en un nuevo orden económico y financiero mundial, que por lo resultados concretos de las deliberaciones del cónclave reunido en Corea del Sur, no da para expectativas esperanzadoras. Seguiremos analizando en futuros artículos el desarrollo de la crisis mundial.
Director de Blogs Alternativos en Red *
Pubicado 17 noviembre 2010.
La “guerra de las divisas” que vienen librando desde hace semanas principalmente China y Estados Unidos, afectando en distintos niveles al resto de las economías mundiales, no se ha disipado como algunos esperaban en la cumbre del G-20 que tuvo lugar en Seúl, la capital de Corea del Sur. La resolución del complejo y espinoso tema de cómo adecuar las monedas nacionales a través de devaluaciones de sus monedas que les permitan exportar más a precios competitivos, sin afectar al mismo tiempo drásticamente a los otros, ha quedado postergada hasta la próxima cumbre del G-20 dentro de un año. Barack Obama no logró que se obligara a China a frenar la devaluación del yuan.
"China gasta mucho dinero para mantener su moneda infravalorada", dijo Obama, y debe "de modo gradual, hacer una transición al valor de mercado”. Obama defendió a su vez el estímulo monetario de la Reserva Federal de su país, que propició también una desvalorización del dólar: “Se hizo para que la economía creciera y no para tener un impacto directo en el valor de la moneda”, adujo el presidente, haciendo así frente a las críticas de “proteccionismo” hechas por algunos países europeos.
La realización de esta cumbre en Seúl coincidió con un momento en que las alarmas sobre el estado de las economías de la Unión Europea acababan de saltar de nuevo, tras la tregua producida después del “rescate” de la UE a Grecia de meses atrás. Durante la semana pasada, uno de los eslabones más débiles de la cadena económica europea, Irlanda, pareció hacer “click”, cuando la presión de “los mercados” –una vez más- puso a ese país al borde del abismo, subiendo su prima de riesgo en 600 puntos, lo que provocó de inmediato un efecto contagio en Portugal y Grecia.
Irlanda volvió a ser noticia en los días recientes, pues el costo de colocar nueva deuda en los mercados de bonos se eleva por la incertidumbre sobre cómo actuarán los gobiernos de la Unión Europea ante una nueva crisis. Alemania y Francia quieren que los inversionistas privados participen en mayor proporción en caso de incumplimiento de pago de los gobiernos deudores. La incertidumbre persiste y el horizonte de los inversionistas tiende a acortarse, buscando rendimientos a plazos cortos, lo que significa una distorsión del financiamiento de la producción, la construcción de infraestructura y la gestión de los sistemas de pensiones.
Las deudas han ido creciendo alrededor del mundo. Los gobiernos de los países más ricos se han endeudado fuerte y rápidamente desde la crisis de finales de 2008, y la expansión continúa. El caso de Estados Unidos es muy patente, suman billones de dólares (trillones según se mide allá) sin que aún se revierta de modo decisivo la debilidad de la economía. También el sector de las familias está sobrendeudado y sus activos están subvaluados. Las empresas pequeñas y medianas siguen sin tener acceso al crédito para producir.
En otros países los gobiernos han tenido que intervenir también para evitar la quiebra de los sistemas financieros. Esto es lo que ahora se ha planteado entre los reguladores como los riesgos de tipo sistémico y que todavía no se resuelve cómo se habrá de tratar. Una cosa es que se sabe que hay que reordenar el sistema para evitar una crisis de la dimensión de la actual y, otra, es que se alcance en un compromiso político viable.
La realidad es que el desorden se manifiesta en la contradicción que surge de políticas nacionales aplicadas por los gobiernos para intentar erradicar los efectos de la crisis en su territorios, y es una crisis que tiene dimensiones sistémicas, integrales, que no admite paliativos parciales, locales, nacionales. En realidad, desafía a pensar en un nuevo orden económico y financiero mundial, que por lo resultados concretos de las deliberaciones del cónclave reunido en Corea del Sur, no da para expectativas esperanzadoras. Seguiremos analizando en futuros artículos el desarrollo de la crisis mundial.
Director de Blogs Alternativos en Red *
Pubicado 17 noviembre 2010.
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