Lucio Agustín Torres *
Al igual que lo ocurrido en la década de los años 30, la mayoría de los países está devaluando sus monedas para obtener una ventaja por la vía de las exportaciones. A los casos de Japón, Brasil y Corea, se agregan Perú, Tailandia y Malasia, que han comenzado a abaratar sus monedas en prácticas que no son otra cosa que proteccionismo camuflado. Esto es lo que se ha dado en llamar la guerra de divisas, que aunque el FMI lo niegue, está plenamente presente.
Durante décadas, los países adoptaron las devaluaciones como una salida a las crisis internas. Al abaratar sus monedas, hacían a sus productos más competitivos ante el resto del mundo y con ello podían mantener en pié sus fábricas. Esta fue la receta que propagó el propio Fondo Monetario Internacional a instancias de Washington, porque ante una moneda débil los dólares adquirían gran poder y podían comprar empresas e industrias a valores muy convenientes, a veces irrisorios. Es una receta que se aplicó en los setenta y ochenta en Asia y Latinoamérica, y que funcionó en casos aislados, pero siempre empobreció a los países que la adoptaban.
Ahora esa receta se aplica en gran escala y al unísono, lo que evidentemente no tendrá ningún efecto significativo. Solo el hecho de empobrecer más a occidente, porque esta guerra comercial es producto de la debilidad de la demanda. Y es el alto desempleo global el que ha debilitado el consumo y por eso los países venden menos y las fábricas cierran. Y aumenta más el desempleo. Este círculo vicioso no solo tiene en peligro la competitividad de los países, sino también su estabilidad social. No cabe duda que las movilizaciones irán en aumento. Más aún cuando la OIT ha señalado que los niveles de empleo previos a la crisis no se recuperaran hasta el 2015. Con este alto desempleo, los países desarrollados están sufriendo una demanda altamente deficiente. Ninguna de las seis mayores economías de altos ingresos: Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido e Italia, ha vuelto a recuperar el nivel de crecimiento que tenía hace tres años. La actividad de estos países está a niveles hasta un 10% por debajo de su tendencia pasada. Y el indicio de esta fuerte desaceleración lo da el exceso de oferta, que
tiene a Estados Unidos con una inflación en torno al 1% y a Europa en deflación. Esto último, pese al incremento en las últimas semanas del precio del petróleo y los alimentos básicos. La pérdida de millones de empleos desde el año 2008 está fuertemente relacionada con el colapso de la industria de la construcción, que se ha paralizado en las principales economías. Más de dos millones de viviendas en Estados Unidos no encuentran comprador, y en España el stock de viviendas supera el millón, pese al desplome en el precio. El negocio de las empresas inmobiliarias se acabó y tomará muchos años volver a recomponerlo.
Parte central del problema está relacionado con el origen de la crisis financiera en la cual se transfirió el poder a una moneda fiduciaria sin ningún respaldo real. La honestidad del sistema se diluyó y cundió la usura y el fraude. El capitalismo real requiere de un dinero sólido en el cual se pueda confiar. Pero éste desapareció hace casi cuarenta años, y desde entonces, todas las monedas se han manipulado sin que hubiera ningún tipo de vestigio de riqueza real.
Sabemos que el origen de la crisis actual se está en el fracaso masivo de los préstamos hipotecarios de alto riesgo concedidos a gran escala en Estados Unidos a compradores no solventes. Pero hunde sus raíces más profundas en el superdesarrollo de un capital volátil, desligado de la inversión en la producción y con libertad para desplazarse en todo el espacio planetario en función únicamente de las necesidades de su valorización. El saque inicial de este desarrollo, poderosamente estimulado desde 1980 por la liberalización y la desregularización neoliberales, se produjo con el hundimiento, en 1971, del sistema de tasas de cambio fijo entre las monedas establecido en 1944 en Bretton Woods, y con el nacimiento de aquellos precursores de los complejos productos derivados actuales que fueron los primeros contratos de cobertura (hedge) sobre las divisas convertidas en moneda fluctuante. La economía mundial dominada por las finanzas es el lugar natural de despliegue del capital ficticio, de la especulación, de la búsqueda, por medios dudosos, del máximo rendimiento a corto término, de la manipulación y del fraude. En Estados Unidos, la parte del sector financiero en la capitalización bursátil pasó del 5,2% en 1980 al 23,5% en 2007.
A escala mundial, el valor de los productos derivados de todo tipo alcanzaba en las mismas fechas cerca de diez veces el Producto interior bruto mundial. Esto demuestra que la mayor parte del capital está invertida en operaciones que tienen muy poco que ver con la economía real; en operaciones cuyo valor fluctúa a merced de los movimientos especulativos y cuyo montante se ve propulsado al máximo debido a los efectos del apalancamiento, ocasionando un endeudamiento del orden de treinta veces el capital propio de las instituciones de crédito. En este contexto general, la crisis actual se generó por los mismos medios que se habían promovido para sacar la economía de Estados Unidos del letargo consecutivo a la deflación de la “burbuja tecnológica” en 2001 y 2002: tasas de interés excepcionalmente bajas, fácil acceso a la propiedad sin atender a las posibilidades financieras de los compradores y refinanciamiento
de hipotecas bajo la forma de líneas de crédito hipotecarios destinadas a aumentar el consumo corriente. La fórmula funcionó mientras los precios inmobiliarios se mantuvieron y las tasas de interés siguieron bajas. Pero los precios se vinieron abajo a partir de 2006, de modo que el valor comercial de las casas cayó por debajo del valor del monto del préstamo renovable y las tasas de interés aumentaron considerablemente: la tasa directriz del Banco central de Estados Unidos, que era del orden del 1% de 2004 a 2006, llegaba al 5,2% en 2006. De ahí la gran cantidad de fallos que arrastraron a Estados Unidos al aniquilamiento de miles de millones de dólares de valor, la pérdida de sus casas para millones de familias y la evicción de una multitud de arrendatarios a consecuencia del desfalco de sus propietarios. Eso se llama crisis moral, ¿estamos?...
Director de Blogs Alternativos en Red *
publicado 06 octubre 2010.
Al igual que lo ocurrido en la década de los años 30, la mayoría de los países está devaluando sus monedas para obtener una ventaja por la vía de las exportaciones. A los casos de Japón, Brasil y Corea, se agregan Perú, Tailandia y Malasia, que han comenzado a abaratar sus monedas en prácticas que no son otra cosa que proteccionismo camuflado. Esto es lo que se ha dado en llamar la guerra de divisas, que aunque el FMI lo niegue, está plenamente presente.
Durante décadas, los países adoptaron las devaluaciones como una salida a las crisis internas. Al abaratar sus monedas, hacían a sus productos más competitivos ante el resto del mundo y con ello podían mantener en pié sus fábricas. Esta fue la receta que propagó el propio Fondo Monetario Internacional a instancias de Washington, porque ante una moneda débil los dólares adquirían gran poder y podían comprar empresas e industrias a valores muy convenientes, a veces irrisorios. Es una receta que se aplicó en los setenta y ochenta en Asia y Latinoamérica, y que funcionó en casos aislados, pero siempre empobreció a los países que la adoptaban.
Ahora esa receta se aplica en gran escala y al unísono, lo que evidentemente no tendrá ningún efecto significativo. Solo el hecho de empobrecer más a occidente, porque esta guerra comercial es producto de la debilidad de la demanda. Y es el alto desempleo global el que ha debilitado el consumo y por eso los países venden menos y las fábricas cierran. Y aumenta más el desempleo. Este círculo vicioso no solo tiene en peligro la competitividad de los países, sino también su estabilidad social. No cabe duda que las movilizaciones irán en aumento. Más aún cuando la OIT ha señalado que los niveles de empleo previos a la crisis no se recuperaran hasta el 2015. Con este alto desempleo, los países desarrollados están sufriendo una demanda altamente deficiente. Ninguna de las seis mayores economías de altos ingresos: Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido e Italia, ha vuelto a recuperar el nivel de crecimiento que tenía hace tres años. La actividad de estos países está a niveles hasta un 10% por debajo de su tendencia pasada. Y el indicio de esta fuerte desaceleración lo da el exceso de oferta, que
tiene a Estados Unidos con una inflación en torno al 1% y a Europa en deflación. Esto último, pese al incremento en las últimas semanas del precio del petróleo y los alimentos básicos. La pérdida de millones de empleos desde el año 2008 está fuertemente relacionada con el colapso de la industria de la construcción, que se ha paralizado en las principales economías. Más de dos millones de viviendas en Estados Unidos no encuentran comprador, y en España el stock de viviendas supera el millón, pese al desplome en el precio. El negocio de las empresas inmobiliarias se acabó y tomará muchos años volver a recomponerlo.
Parte central del problema está relacionado con el origen de la crisis financiera en la cual se transfirió el poder a una moneda fiduciaria sin ningún respaldo real. La honestidad del sistema se diluyó y cundió la usura y el fraude. El capitalismo real requiere de un dinero sólido en el cual se pueda confiar. Pero éste desapareció hace casi cuarenta años, y desde entonces, todas las monedas se han manipulado sin que hubiera ningún tipo de vestigio de riqueza real.
Sabemos que el origen de la crisis actual se está en el fracaso masivo de los préstamos hipotecarios de alto riesgo concedidos a gran escala en Estados Unidos a compradores no solventes. Pero hunde sus raíces más profundas en el superdesarrollo de un capital volátil, desligado de la inversión en la producción y con libertad para desplazarse en todo el espacio planetario en función únicamente de las necesidades de su valorización. El saque inicial de este desarrollo, poderosamente estimulado desde 1980 por la liberalización y la desregularización neoliberales, se produjo con el hundimiento, en 1971, del sistema de tasas de cambio fijo entre las monedas establecido en 1944 en Bretton Woods, y con el nacimiento de aquellos precursores de los complejos productos derivados actuales que fueron los primeros contratos de cobertura (hedge) sobre las divisas convertidas en moneda fluctuante. La economía mundial dominada por las finanzas es el lugar natural de despliegue del capital ficticio, de la especulación, de la búsqueda, por medios dudosos, del máximo rendimiento a corto término, de la manipulación y del fraude. En Estados Unidos, la parte del sector financiero en la capitalización bursátil pasó del 5,2% en 1980 al 23,5% en 2007.
A escala mundial, el valor de los productos derivados de todo tipo alcanzaba en las mismas fechas cerca de diez veces el Producto interior bruto mundial. Esto demuestra que la mayor parte del capital está invertida en operaciones que tienen muy poco que ver con la economía real; en operaciones cuyo valor fluctúa a merced de los movimientos especulativos y cuyo montante se ve propulsado al máximo debido a los efectos del apalancamiento, ocasionando un endeudamiento del orden de treinta veces el capital propio de las instituciones de crédito. En este contexto general, la crisis actual se generó por los mismos medios que se habían promovido para sacar la economía de Estados Unidos del letargo consecutivo a la deflación de la “burbuja tecnológica” en 2001 y 2002: tasas de interés excepcionalmente bajas, fácil acceso a la propiedad sin atender a las posibilidades financieras de los compradores y refinanciamiento
de hipotecas bajo la forma de líneas de crédito hipotecarios destinadas a aumentar el consumo corriente. La fórmula funcionó mientras los precios inmobiliarios se mantuvieron y las tasas de interés siguieron bajas. Pero los precios se vinieron abajo a partir de 2006, de modo que el valor comercial de las casas cayó por debajo del valor del monto del préstamo renovable y las tasas de interés aumentaron considerablemente: la tasa directriz del Banco central de Estados Unidos, que era del orden del 1% de 2004 a 2006, llegaba al 5,2% en 2006. De ahí la gran cantidad de fallos que arrastraron a Estados Unidos al aniquilamiento de miles de millones de dólares de valor, la pérdida de sus casas para millones de familias y la evicción de una multitud de arrendatarios a consecuencia del desfalco de sus propietarios. Eso se llama crisis moral, ¿estamos?...
Director de Blogs Alternativos en Red *
publicado 06 octubre 2010.
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