sábado, 21 de mayo de 2011

La lucha por el mercado mundial se recrudece.

Lucio Agustín Torres *

La propaganda acerca de los "brotes verdes", de una "sólida" recuperación de la economía estadounidense, las loas al tirón de la locomotora alemana, ha desaparecido de los titulares de la prensa, comprometida en ocultar la verdad. Dando paso, de nuevo, a un escenario de incertidumbre y pesimismo. No hace mucho tiempo los gobiernos de todo el mundo se llenaban la boca de solemnes declaraciones, afirmando haber tomado nota de las causas de la crisis, y se conjuraban para no repetir errores anteriores. Ese fue el mensaje de la administración Obama, aclamado en cuantas cumbres económicas se han celebrado en estos tres años. Pero en estos momentos, los viejos fantasmas del crack de 1929 han hecho su aparición para recordar que los intereses contradictorios de las diferentes burguesías nacionales pueden empujar a la economía mundial a una depresión aún mayor.
La crisis de la economía mundial se prolonga por tres años. En este tiempo, los gobiernos de todo el mundo han tratado de capear el temporal inyectando más de quince billones de euros en el sistema financiero, y celebrando cinco cumbres del G-20 para coordinar las políticas de las grandes potencias y evitar un hundimiento mayor. Pero ninguna de las recetas aplicadas ha servido. Las operaciones de rescate, sin parangón en la historia del capitalismo incluidas las fases de reconstrucción posteriores a las dos grandes guerras mundiales, sólo han inducido un mayor desequilibrio, aumentando el caos del capitalismo. La gigantesca deuda que han provocado en las naciones más industrializadas ha puesto a las finanzas públicas al borde del colapso, sin que las soluciones propuestas sirvan para evitar un nuevo descenso a los infiernos. Pero estos planes tienen otra cara: suponen una declaración de guerra contra la clase obrera, a la que se condena a años de desempleo masivo, recortes salariales, pérdida de derechos laborales, y un desmantelamiento sin precedentes de los servicios sociales. El equilibrio general
del capitalismo está roto, con consecuencias incalculables en el terreno económico, social y político, y en las relaciones internacionales.
La razón de esta estrategia está directamente relacionada con la profundidad de la crisis económica en los EEUU y la certeza de que las medidas adoptadas hasta el momento no permiten salir del atolladero. El déficit presupuestario y la deuda soberana están en niveles históricos (11,1% del PIB y 65,8% del PIB respectivamente). La situación es realmente alarmante si se considera que las necesidades de financiación de la deuda de EEUU requieren de 350.000 millones de dólares al año y que la compra de bonos del tesoro por parte de los inversores extranjeros está disminuyendo acusadamente. China, que en 2007 compró el 47% de las nuevas emisiones de bonos norteamericanos a diez años, redujo la compra en 2008 a la mitad, en torno al 20%, cifra que en 2009 tan sólo representó un 5% del total de bonos emitidos. Pero este no es el único problema. La tasa de desempleo en los EEUU alcanza oficialmente un 10%, 14,6 millones de parados, aunque si se utilizara la estadística europea -en EEUU cualquier desempleado inscrito en un curso de formación sale automáticamente de las listas de paro- el desempleo podría rozar el 18%, superando los 20 millones. Esta es la razón del comportamiento tan pobre del consumo doméstico, lastrado además por las deudas multimillonarias contraídas en los años de boom, y que hacen del mercado de EEUU un auténtico campo de batalla. Los capitalistas norteamericanos quieren tener primacía para vender sus manufacturas en casa, por eso alientan todo tipo de medidas proteccionistas contra los productos europeos y chinos, que aumentarán en los próximos meses. Las debilidades del capitalismo norteamericano, que se refuerzan por la precaria situación de un sistema financiero que puede sufrir nuevas recaídas por la persistencia del colapso en el sector inmobiliario, están detrás de esta orientación hostil contra sus competidores. El escenario dibujado en la cumbre del G-20 en Seúl no deja lugar a dudas. Tal como señalaba el editorial de El País del pasado 13 de noviembre: "La cumbre del G-20 en Seúl no ha contribuido a eliminar los riesgos que pesaban sobre la recuperación económica global. Tampoco se ha puesto fin a las guerras cambiarias (...) Todas esas prácticas son contraproducentes para la recuperación económica y pueden sentar las bases de una escalada peligrosa. Las políticas de empobrecimiento del vecino fueron las responsables de la oleada de proteccionismo que, además de profundizar la Gran Depresión, causaron las tensiones que condujeron a la Segunda Guerra Mundial”. En efecto, el fiasco de la reunión del G-20 en Seúl recuerda por sus semejanzas al de la Conferencia de Londres en 1933 que profundizó la depresión económica de los años treinta. Las lecciones del pasado no han sido asimiladas, y no pueden serlo por una razón evidente: el capitalismo es un sistema anárquico, no puede ser planificado ni regulado. El motor que lo hace funcionar no es la satisfacción de las necesidades sociales de la mayoría, sino el beneficio de las grandes empresas y bancos que determinan la política de los gobiernos y deciden sobre la vida de miles de millones. Esta clase de plutócratas, los famosos "mercados", no tienen más solidaridad entre ellos que la de sus cuentas de resultados y, en ante esta crisis de sobreproducción, estos monopolios que en una
economía mundializada siguen manteniendo su base nacional, luchan con uñas y dientes por mantener sus beneficios a costa del vecino, desalojándolos de sus mercados y posiciones estratégicas. Es la misma contradicción que Marx señaló hace 150 años: las fuerzas productivas que han dejado de tener una base nacional para adquirir un carácter mundial, chocan contra la camisa de fuerza de la propiedad privada de los medios de producción y el Estado nacional.
La amenaza del pasado mes de mayo, cuando las cuentas públicas griegas entraron en bancarrota y se tuvo que habilitar un excepcional "rescate" de Grecia, en realidad un plan salvaje de ajuste para garantizar que los bancos alemanes, franceses y británicos cobraran puntualmente sus intereses de la deuda griega y no colapsaran, se ha vuelto a repetir. La economía irlandesa, hundida por las deudas multimillonarias de su sector financiero y la recesión, ha puesto a la Unión Europea y al euro al borde del abismo. Irlanda fue presentada durante años como un ejemplo de lo que era capaz de lograr la política económica liberal. El "tigre celta" sí que funcionaba, con tasas de crecimiento cercanas al 6,5% entre 1990 y 2007, gracias a los bajos salarios, un mercado laboral extraordinariamente precario -logros que están también en el haber de los sindicatos irlandeses que colaboraron entusiastamente para que eso fuera así-, una especulación inmobiliaria semejante a la que vivió el Estado español, y un impuesto de sociedades del 12,5%, que actuó como un poderoso imán para atraer a multinacionales de todo el mundo. Pero esos "logros" trajeron estos lodos. Ahora el sistema bancario tiene una deuda imposible de satisfacer, a pesar de que los bancos irlandeses superaron las "pruebas de estrés" del verano pasado, y de que el gobierno inyectó una "ayuda" de 50.000 millones a principios de este año garantizando con las finanzas públicas los posibles impagos. Ante la persistencia de la recesión, y la probabilidad de que la banca europea -especialmente la británica que concedió a los bancos irlandeses más de 100.000 millones de euros- no recuperaran sus préstamos, el gobierno se vio abocado a pagar unos intereses estratosféricos por la deuda pública irlandesa, como ocurrió en Grecia, y finalmente, ante la evidencia del crack, ha recurrido al rescate de la Unión Europea.
Se despedirán 25.000 empleados públicos dentro del plan de recorte del gasto estatal de 15.000 millones de euros, el 10% del PIB. · Los presupuestos para las pensiones se reducirán en 800 millones de euros, y un 10% la cuantía de las pensiones para los nuevos jubilados. Se aumenta paulatinamente la edad de jubilación, hasta llegar a los 68 años para 2028. · El gasto social -asistencia, subsidios- se recorta en 2.750 millones de euros. · Las matrículas universitarias se triplican, hasta los 2.000 euros. · Se reduce el salario mínimo, y se recortará por segunda vez el salario de los empleados públicos. · Se incrementará el IVA al 22% en 2013 y al 23% en 2014. Aumenta el IRPF, pero se mantiene en el 12,5% el impuesto de sociedades.
La situación en Irlanda es el espejo en el que se miran otras economías de la UE, especialmente Portugal y el Estado español.
Las perspectivas se ven aún más oscurecidas por tres hechos incuestionables. Por un lado, los planes de austeridad lejos de sacar a las economías europeas de la crisis las están arrastrando por la pendiente: en el tercer trimestre del año, el PIB de los 27 países de la UE sólo ha remontado un ridículo 0,4%, Alemania un 0,7% y Gran Bretaña un 0,8%. Las economías de Italia y Francia se encuentran estancadas y su situación puede empeorar. Por otra parte, la inestabilidad del sistema financiero mundial es una realidad, con 3 billones de euros que deben refinanciarse en los próximos 24 meses. Y, en tercer lugar, y no menos importante, los planes de ajuste están creando las bases para una guerra social sólo comparable a la de los años setenta e, incluso, a la década de los treinta del siglo pasado.
Se trata sólo del inicio, pero sí podemos afirmar que para Obama y los capitalistas norteamericanos se acabó la "luna de miel" y en el futuro se enfrentarán al renacer de lucha de clases en EEUU que harán temblar los cimientos del capitalismo.

Director de Blogs Alternativos en Red *

Publicado 10 diciembre 2010.

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