sábado, 21 de mayo de 2011

La recesión mundial

El sistema capitalista ha experimentado una profunda transformación.


Lucio Agustín Torres *

La recesión mundial, en realidad una crisis de sobreproducción sin precedentes desde 1929 agudizada por el desplome del sector financiero y la explosión de deuda pública en los países capitalistas más poderosos como consecuencia de la aplicación generalizada de planes de rescate, ha sacudido los cimientos económicos y políticos del capitalismo internacional. La idea de un futuro de prosperidad y democracia, repetida insistentemente en los medios de comunicación, en las tribunas parlamentarias, universidades, han dejado paso al desconcierto y las previsiones más sombrías. Todas las certezas del periodo anterior se han hecho añicos.
El crecimiento del comercio mundial y una intensa explotación de la clase obrera gracias al aumento de la jornada laboral, la intensificación de los ritmos de trabajo, la precarización y desregulación del mercado laboral y la caída de los salarios, contribuyó al abaratamiento de los costes de producción, contrarrestando la tendencia decreciente de la tasa de ganancias. También jugó un papel relevante en este sentido las privatizaciones en el sector productivo estatal, las telecomunicaciones y los servicios sociales, que aceleraron la acumulación capitalista de los grandes monopolios estadounidenses y europeos. La aplicación de la nueva tecnología de la información también sostuvo esta dinámica.
No obstante, si el boom en las economías centrales del capitalismo se prolongó durante tanto tiempo fue debido a otro factor esencial: el recurso generalizado al crédito, que además de impulsar actividades puramente especulativas mantuvo el consumo doméstico de la principal economía del mundo (EEUU) e, indirectamente, la producción de una parte importante de las manufacturas mundiales. Pero lo que en un periodo reforzó el ciclo alcista de la economía y tiró de la producción, ensanchando el mercado mundial, en un momento determinado se convirtió en la fuente de contradicciones poderosas: el crédito barato generó una espectacular burbuja bursátil e inmobiliaria que atrajo miles de millones de euros acumulados en los años anteriores (finales de los noventa). Debido a la desregulación masiva del sector financiero, al incremento
espectacular de la actividad bursátil y la especulación inmobiliaria, se obtuvieron plusvalías excepcionales sin la necesidad de pasar por la inversión productiva. El crédito masivo también creó las condiciones para un endeudamiento privado y empresarial sin precedentes que se cubría con más deudas. Estas deudas multimillonarias, gracias a la ingeniería financiera, se transformaron en activos financieros que cotizaban al alza frenéticamente, hasta que todo el sistema estalló el verano de 2007 a raíz de los impagos generalizados de las hipotecas subprime en EEUU.
Los grandes capitalistas, monopolios y bancos hicieron negocios multimillonarios en este período. La tasa media de beneficios empresariales en EEUU y Europa pasó de un 12-14% entre 1975-1982, a valores superiores al 20% desde finales de los años noventa hasta mediados de la década de 2000, tasas similares a las obtenidas en la época dorada del capitalismo occidental durante los años cincuenta y sesenta del siglo XX. La diferencia fundamental con aquellos años prodigiosos del capitalismo norteamericano y europeo es que mientras el grueso de la acumulación capitalista se efectuaba a través de la reinversión de capital en la producción, en estas últimas dos décadas una parte sustancial de los beneficios del capital se han logrado mediante la especulación financiera. La brecha entre la producción real y el capital ficticio en estos años aumentó en proporciones desconocidas (el 90-95% de los movimientos de capital no responden a operaciones comerciales o de inversión, sino a movimientos puramente especulativos). Cuando el sistema financiero de los EEUU se vio afectado por el retroceso de la economía real y el crecimiento del desempleo, el desplome de los grandes bancos de inversión, comprometidos hasta los tuétanos con la especulación inmobiliaria y bursátil, se precipitó. El sistema financiero mundial se vio amenazado por un colapso generalizado (especialmente tras la caída Lehmann Brothers en septiembre de 2008). Esto tuvo efectos inmediatos provocando que la crisis de sobreproducción latente emergiera a la superficie con virulencia y empeorara aún más la situación insostenible del sistema financiero. Estalló entonces una crisis clásica del sistema capitalista, de sobreproducción de mercancías, bienes y servicios, precisamente en el pico del boom económico. Una crisis que ha vuelto a poner de relieve el carácter reaccionario del Estado nacional y la propiedad privada de los medios de producción, que actúan como una camisa de fuerza sobre las fuerzas productivas. Los planes de salvamento público orientados al estímulo de la demanda y sobre todo al rescate del sistema financiero - una nacionalización general de las deudas bancarias bajo presupuestos capitalistas- , han supuesto la inyección, en poco más de tres años, de 20 billones de dólares en las economías de EEUU, Japón, China y la UE ¡Prácticamente un tercio del PIB mundial! No obstante, y a pesar de un desembolso de ayudas públicas sin parangón en la historia del capitalismo, incluyendo los periodos de reconstrucción posteriores a las dos guerras mundiales, la crisis no sólo no ha sido conjurada, sino que nuevos desequilibrios han irrumpido en la escena introduciendo más incertidumbre respecto a las perspectivas para la recuperación. La explosión de deuda pública soberana, la bancarrota de las economías más débiles de Europa, la crisis del euro o el fracaso de la
coordinación de la política económica de las grandes potencias mundiales, por citar algunas, han puesto de manifiesto que la utilización del Estado para salvar la economía de mercado ha cosechado resultados limitados, y en muchos casos adversos. La deuda masiva, pública y privada, que condicionará las perspectivas generales para el próximo periodo se ha intentado contrarrestar por parte de los gobiernos, sean abiertamente derechistas o socialdemócratas, con planes salvajes de austeridad que pretenden acabar con cualquier vestigio del llamado Estado del bienestar y anular las conquistas históricas del movimiento obrero. Planes que están actuando como una receta acabada para una explosión de la lucha de clases como no se veía desde la década de los años setenta del siglo pasado, incluso en muchos aspectos semejante a los efectos que se vivieron en los treinta, induciendo paralelamente a la continuidad de la recesión y, por tanto, alejando la posibilidad de una recuperación a corto plazo. Los informes elaborados por los organismos económicos mundiales (FMI, BM, OCDE) a finales de 2009 afirmaban que lo peor de la crisis había pasado y en 2010 asistiríamos al fin de la recesión global. Durante meses desataron una campaña propagandística tremenda, con los famosos "brotes verdes" como eje. Dicha campaña reveló el pavor a las consecuencias políticas y sociales de la crisis. En aquellos meses pretendían convencer a la población de que se vislumbraba el final del túnel, intentando crear la ilusión de que aceptando más sacrificios, recortes en los gastos sociales, rebajas salariales, mayor precariedad laboral, se crearían las condiciones para un futuro mejor. Pero la propaganda choco con la realidad de los hechos. Los brotes verdes no se consolidaron, y la burguesía afiló el cuchillo pasando a la ofensiva.
En estos años ha aflorado con toda crudeza una paradoja que ilustra el carácter reaccionario del capitalismo. Si el Estado nacional se ha convertido en un armatoste que obstaculiza el desarrollo de las fuerzas productivas y está completamente superado por la realidad del mercado mundial, no es menos cierto que ese mismo Estado nacional es esencial para garantizar los intereses capitalistas en momentos de crisis. La burguesía nacional necesita a su Estado para defenderse de los competidores extranjeros (proteccionismo); necesita al Estado para mantener la solvencia del capital financiero; necesita al Estado para amortiguar las graves consecuencias de los conflictos políticos y sociales que se derivan de la crisis.
La envergadura de la crisis obligó a los gobiernos de las naciones más desarrolladas a adoptar medidas drásticas. Pero a pesar de lo que digan los defensores del neo keynesianismo, los planes de salvamento público han servido, esencialmente, para rescatar al sistema financiero a través de una masiva nacionalización de las perdidas mientras el ciclo recesivo se mantiene. El déficit presupuestario y la deuda se han disparado en todos los países a niveles históricos, en el momento en que los ingresos de los Estados, debido a la recesión, se reducen drásticamente. Y además, por increíble que parezca, este gigantesco trasvase de dinero público ha alentado un nuevo proceso de acumulación capitalista dónde el máximo beneficiario está siendo, como no, el mismo sistema financiero que precipitó la gran recesión. Estos son los magros resultados de
las llamadas a "regular el mercado" auspiciadas por Obama, y secundados, con entusiasmo, por los líderes socialdemócratas europeos. Cuando se habla de crisis de liquidez para explicar lo que está ocurriendo, hay que responder que este tipo de argumentos no tienen nada que ver con la realidad. No es un problema de liquidez de capitales, que por otra parte han sido concedidos a manos llenas a la banca por el conjunto de los estados capitalistas, sino de la incapacidad del mercado mundial por absorber el exceso de mercancías, bienes y servicios, en un contexto de deudas masivas de la población y desempleo galopante. Bajo el capitalismo, la inversión productiva de capital sólo tiene sentido si proporciona ganancias tangibles al capitalista. Cuando la capacidad productiva instalada está funcionando a mínimos históricos en los EEUU, en la UE, en Japón; cuando la demanda interna se reduce dramáticamente a consecuencia del paro masivo, las deudas multimillonarias y los planes de austeridad, y el comercio mundial se contrae ¿Para qué invertir en ampliar la producción, en construir nuevas fábricas, en contratar más trabajadores?
La liquidez monetaria, que ha fluido masivamente desde los bancos centrales a la banca privada a través de créditos concedidos a tipos de interés fronterizos al 0%, no se ha orientado a impulsar la producción, ni al consumo de las familias, ha sido utilizada para sanear los números rojos de la gran banca y garantizar su solvencia, permitiendo, al mismo tiempo, que el sector financiero coseche beneficios fabulosos en el mercado de deuda pública y desvíen parte de estos fondos a operaciones especulativas en bolsa y en los mercados de materias primas. La aparición de una nueva burbuja bursátil es una realidad en todo el mundo: el mercado mundial de derivados que movía a mediados de 2007 en torno a 500.000 millones de dólares, en 2009 se acercaba a 600.000 millones; así mismo, los 25 gestores más ricos de fondos de altos riesgos, en pleno pico de la crisis (2009), lograron unas ganancias globales de más de 25.000 millones de dólares, más del doble que el año anterior. La existencia de una gran masa de capital especulativo supone un riesgo latente. La explosión de la especulación bursátil e inmobiliaria en China, o los ataques especulativos contra el euro y la deuda soberana de Grecia, Irlanda, Portugal o España son signos evidentes de esta realidad. El capital financiero, que domina con puño de hierro la economía de mercado, obligó al conjunto de la sociedad a penetrar en el corralito de las deudas hipotecarias. Sobre la base del endeudamiento masivo, público y privado, los grandes bancos y fondos de inversión se apropiaron de la plusvalía de cientos de millones de personas. Como ahora es imposible continuar con el festín de la misma manera, el capital financiero se beneficia de plusvalías multimillonarias a través de los planes de salvamento público y, por alucinante que parezca, de financiar la gigantesca deuda pública que estos mismos planes de salvamento han generado. La deuda soberana de los 30 países más avanzados del mundo en 2010 alcanzará en promedio el 100% de su PIB. En el caso de EEUU el pago de intereses de la deuda pública supone ya la cuarta partida de su presupuesto anual. Sólo en 2009, los títulos de obligaciones emitidos en Alemania alcanzaron la cifra de 1 billón 692.000 millones de euros. En el conjunto de la UE se emitieron en 2008 más de 650.000 millones de euros en deuda pública; en 2009 fueron más de 900.000 millones y en 2010, según estimaciones conservadoras, será de 1,1 billones. El conjunto de los estados de la UE tiene ya más de 8 billones de euros en deuda pública.
La deuda pública se ha convertido en el gran negocio del momento. Pero ¿de dónde saldrán las multimillonarias retribuciones a la banca privada por la deuda pública? ¿Cómo se obtendrán los recursos necesarios para recortar drásticamente el déficit presupuestario de los Estados? La respuesta es obvia: de la sangre, el sudor y las lágrimas de la clase trabajadora a través de los llamados planes de austeridad.

Director de Blogs Alternativos en Red *

Publicado 21 enero 2011.

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