Lucio Agustín Torres *
Quizás en otra circunstancia, podríamos pensar que esta afirmación, es hecha por un enemigo de los Estados Unidos. “Estados Unidos está al borde de la insolvencia” Con esas palabras, se expreso Timothy Geithner, el Secretario del Tesoro. Ha pedido al congreso de Estados Unidos la urgencia de elevar el techo de la deuda, actualmente situado en 14.300.000 millones de dólares (us$ 14.300.000.000.000). Y es que Estados Unidos se encuentra a centímetros de ese techo, y necesita una nueva inyección de liquidez que le permita mirar cara a cara a los hechos. Mal que mal, el mundo se ve diferente cuando se tiene dinero en efectivo en los bolsillos y cuando no. Esto es lo que hace que Estados Unidos se enfrente a la más dura encrucijada de su historia. Un accidente del cual nadie saldrá tal cual llegó, nos referimos al planeta tierra.
La insolvencia de Estados Unidos fue advertida el fin de semana en la cadena ABC por el asesor económico del presidente Obama, Austan Goolsbee. En esa entrevista, Goolsbee señaló que si el techo de la deuda no era modificado, “las consecuencias serían catastróficas para la economía de Estados Unidos, y mucho peores a lo visto desde el 2008”… ¿peores todavía? Aunque mal lo parezca, Goolsbee tiene la razón. Durante 30 años Estados Unidos consumió más de la cuenta al vender a los estadounidenses la idea del crédito barato propugnado por Ronald Reagan en 1981. Desde esa fecha, Estados Unidos no hizo más que consumir, consumir y consumir… a costa de todo el mundo.
Estados Unidos tenía una clara ventaja sobre el resto del mundo: era el único país que podía pagar sus deudas imprimiendo dinero. Algo que al resto del mundo poco le importaba: los dólares eran una línea de crédito seductora que permitían acceder al gran casino del mercado. Nadie tomó en cuenta que también tenía su límite.
En los primeros meses de 1971, Henry Hazlitt y Paul Samuelson, recomendaron al gobierno de Richard Nixon que el dólar tendría que devaluarse fuertemente dado que sería necesario aumentar el número de dólares que se necesitarían para obtener una onza de oro del Tesoro de Estados Unidos. Pero Nixon no tomó en cuenta el consejo de Hazlitt y Samuelson, porque siguió las indicaciones de Milton Friedman, quien le sugirió la idea de dejar flotar libremente al dólar y eliminar la convertibilidad del dólar en oro dado que la divisa internacional valía por el propio respaldo que ofrecía el gobierno de Estados Unidos, locomotora económica mundial. Así fue como en la mañana del domingo 15 de agosto de 1971, Richard Nixon declaró la inconvertibilidad del dólar en oro, y terminó de manera unilateral con el acuerdo de Bretón Woods. Desde ese momento, todo el comercio mundial se llevó a cabo usando los dólares que imprimía el tesoro de Estados Unidos, que no es más que dinero fiduciario, o simples papeles. Si hasta entonces, el comercio internacional tenía validez al estar respaldado en oro, desde entonces comenzó a depender de una moneda fiduciaria, producida por la mayor imprenta del mundo. Las consecuencias de ese fatídico día fue que todos los países (que podían) comenzaron a acumular dólares, como una expansión del crédito de Estados Unidos que avanzaba sin freno y ahora sin las restricciones impuestas por Bretón Woods. El resto del mundo se vio obligado a acumular reservas en dólares y estas reservas tenían que ser siempre crecientes, dado que a la menor señal de que las reservas de un país caían, se despertaban los especuladores monetarios que podían atacar la moneda de ese país y destruirla con una fuerte devaluación.
El creciente flujo de dólares a todas las partes del mundo impulsó la expansión del crédito mundial, que sólo detuvo su marcha en agosto de 2007, tras agotar todas las instancias de lo que hemos llamado esquema ponzi. La élite de la banca internacional siempre se esforzó por idear mecanismos para obtener mayores ganancias y para ello siempre buscó ampliar el crédito. Un crédito que estuvo liberado de la restricción de tener que pagar las cuentas internacionales en oro, y que marcó el boom comercial de Estados Unidos.
La cadena de sucesos es elocuente: tras la segunda guerra mundial Estados Unidos se convirtió en la potencia económica dominante con la clara ventaja del uso de su propia moneda en el comercio mundial. Ventaja que se hizo absoluta tras la decisión del 15 de agosto de 1971. Pero fue una ventaja de la cual se abusó y que hoy vemos las consecuencias.
El despilfarro generado desde Ronald Reagan en adelante, las guerras y el consumismo excesivo, tienen a la primera potencia mundial en el punto de no retorno. A los catorce billones de dólares, se suma un desempleo real del 18,5%, una caída en los precios de la vivienda del 40% y una enorme ampliación de la brecha entre ricos y pobres. El 70% de los ingresos reales generados entre los años 2000 y 2010 fue al 1% más rico. Así no hay cómo detener la crisis.
En su momento, la gran mayoría de economistas encabezados por Milton Friedman, consideraron perfectamente aceptable la eliminación del patrón oro. El auge de la expansión del crédito y el consumo fue visto con buenos ojos y los desequilibrios estructurales fueron vistos como transitorios. Nunca pensaron en las consecuencias no previstas de un consumo desenfrenado que lo llevaría a consumir la mitad del PIB mundial y acumular una deuda de cuatro veces su PIB. Nadie previó que aquella enorme ventaja adquirida por Estados Unidos (comprar en el mundo con su propia moneda) podría convertirse en una causa fatal para la destrucción industrial y el desempleo masivo. Algo lógico: esta gran falla pasaba inadvertida si el ritmo de crecimiento permitía camuflar los desequilibrios.
Pero la expansión del crédito ha terminado y en su lugar hay contracción de crédito y falta de liquidez. Ahora los desequilibrios estructurales y el desempleo masivo adquieren mayor relevancia cada día que pasa. ¿Qué se puede hacer para aumentar el empleo y potenciar la demanda que de un impulso a la reactivación económica? Esta respuesta nadie la quiere enfrentar porque la corrección de estos desequilibrios requiere revertir el propio proceso de la globalización y re-industrializar aquello que fue destruido. Solo la creación de empleo puede detener la crisis y esto implicará necesariamente cambiar gran parte del proceso de la globalización. Es hora de sacarnos la viga de los ojos.
Director de Blogs Alternativos en Red *
Publicado 11 enero 2011.
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