Lucio Agustín Torres *
Las consecuencias de la inconvertibilidad del dólar en oro decretadas unilateralmente por Estados Unidos el 15 de agosto de 1971 , La mayoría de los países ideaba alternativas para exportar más de lo que importaba, de tal modo de acumular reservas de oro o, en su defecto, de dólares de Estados Unidos que, de acuerdo al tratado de Bretton Woods de 1944, podían ser canjeados por oro.
A diferencia del resto del mundo, a Estados Unidos no le preocupaba mayormente mantener un equilibrio entre las exportaciones e importaciones dado que, según el Acuerdo de Bretton Woods, podía pagar su déficit de exportación enviando más dólares a sus acreedores. Como era la única fuente de la divisa internacional, Estados Unidos tenía una clara ventaja sobre el resto del mundo: era el único país que podían pagar sus deudas imprimiendo dinero.
Algo que al resto del mundo poco le importaba: los dólares eran una línea de crédito seductora que permitían acceder al gran casino del mercado. Nadie tomó en cuenta que también tenía su límite.
Así fue como de las más de 20.000 toneladas de oro que Estados Unidos tenía al término de la Segunda Guerra Mundial, año a año fueron mermando a medida que muchos países (especialmente Francia) insistían en canjear los dólares por oro. Esta situación hizo crisis en 1970 con dos fenómenos no esperados para el gobierno de Estados Unidos: la llegada al pick del petróleo (situación que obligó a Estados Unidos a importar petróleo, en circunstancias que hasta entonces exportaba petróleo) y los resultados adversos de la guerra de Vietnam. Ambos hechos arrasaron con las reservas de oro de Estados Unidos y el país se fue a la quiebra. La ventaja que tenía para disimular su bancarrota era clara: ser dueño de la imprenta de dólares.
En los primeros meses de 1971, Henry Hazlitt y Paul Samuelson, recomendaron al gobierno de Richard Nixon que el dólar tendría que devaluarse fuertemente dado que sería necesario aumentar el número de dólares que se necesitarían para obtener una onza de oro del Tesoro de Estados Unidos. Pero Nixon no tomó en cuenta el consejo de Hazlitt y Samuelson, porque
siguió las indicaciones de Milton Friedman, quien le sugirió la idea de dejar flotar libremente al dólar y eliminar la convertibilidad del dólar en oro dado que la divisa internacional valía por el propio respaldo que ofrecía el gobierno de Estados Unidos, locomotora económica mundial. Así fue como en la mañana del domingo 15 de agosto de 1971, Richard Nixon declaró la inconvertibilidad del dólar en oro, y terminó de manera unilateral con el acuerdo de Bretton Woods.
Desde ese momento, todo el comercio mundial se llevó a cabo usando los dólares que imprimía el tesoro de Estados Unidos, que no es más que dinero fiduciario, o simples papeles. Si hasta entonces, el comercio internacional tenía validez al estar respaldado en oro, desde entonces comenzó a depender de una moneda fiduciaria, producida por la mayor imprenta del mundo. Las consecuencias de ese fatídico día fue que todos los países (que podían) comenzaron a acumular dólares, como una expansión del crédito de Estados Unidos que avanzaba sin freno y ahora sin las restricciones impuestas por Bretón Woods. El resto del mundo se vio obligado a acumular reservas en dólares y estas reservas tenían que ser siempre crecientes, dado que a la menor señal de que las reservas de un país caían, se despertaban los especuladores monetarios que podían atacar la moneda de ese país y destruirla con una fuerte devaluación.
La cadena de sucesos es elocuente: tras la segunda guerra mundial Estados Unidos se convirtió en la potencia económica dominante con la clara ventaja del uso de su propia moneda en el comercio mundial. Ventaja que se hizo absoluta tras la decisión del 15 de agosto de 1971. Pero fue una ventaja de la cual se abusó y que hoy lo tiene al borde de la quiebra.
No hay dudas de que el libre comercio es beneficioso para toda la humanidad: es bueno ser capaz de comprar mercancías a un precio más conveniente y practicar el intercambio. Cada país tiene sus propias ventajas que debe fortalecer para producir aquello en que es más eficiente. Todo el mundo puede beneficiarse de esta práctica que induce a cada país producir aquello en lo que tiene ventajas comparativas. Es una doctrina muy atractiva que, sin embargo, tiene un problema fundamental: fue concebida para un mundo donde el medio de pago era el oro.
La noción del libre comercio fue establecida cuando existía el patrón oro, que obligaba a mantener los equilibrios estructurales del comercio. De esta forma, cada país que quería comprar, tenía que vender, tal como indica La Ley de Say : ofrecer para demandar. Bajo el patrón oro, no era posible vender a un país que no comprara. El comercio se equilibraba naturalmente por esta restricción. Con el Libre Comercio bajo el patrón oro, la gran mayoría de las transacciones no requería movimientos de oro para completar el intercambio: los bienes se intercambian por otros bienes, y sólo los pequeños saldos se liquidan en oro. De esta manera, el comercio internacional estaba limitado por el volumen de las compras mutuas entre las partes, por ejemplo, la seda china pagaba las importaciones de maquinaria de Estados Unidos, y viceversa.
Todo esto cambió cuando Richard Nixon eliminó la convertibilidad del dólar en oro aquel 15 de agosto. Desde ese momento, todo se pudo pagar en dólares y Estados Unidos pudo comenzar a imprimir la cantidad de dólares que quisiera. Así fue como en los años 70, Estados Unidos comenzó a comprar grandes cantidades de productos de Japón. Y los japoneses se jactaban porque vendían y no compraban, situación que era imposible bajo el patrón oro.
Pero lo que era imposible bajo el patrón oro se hizo perfectamente posible bajo el marco monetario del dólar. De esta forma los japoneses se convirtieron en gigantescos productores y transformaron a la isla de Japón en una gran fábrica. Japón acumuló enormes reservas de los dólares que enviaba Estados Unidos a cambio de los productos. Este proceso incrementó la paulatina desindustrialización de Estados Unidos que ya vimos y hoy es una cruda realidad.
Uno de los ejemplos en que se aprecia este proceso de desindustrialización es en la fabricación de televisores. Desde los años 30, y con los trabajos pioneros de Jenkins y Sworykin, esta industria se hizo fuerte en Estados Unidos con marcas como Westinghouse, Philco y Motorola, que entre los años 70 y 80 serían superadas por la Japan Victor Company y Sony. La industria automotriz es otro ejemplo de este fenómeno de desindustrialización.
El abandono del patrón oro permitía a los japoneses vender sin necesidad de comprar, y a los Estados Unidos comprar sin tener que fabricar. El resultado fue que muchas industrias de Estados Unidos cerraron por el fin del patrón oro.
El fin de los acuerdos de Bretton Woods que obligaba a los equilibrios estructurales de balanza de pagos, trajo consigo el inicio de los desequilibrios estructurales, que fueron camuflados inicialmente por el acceso al crédito que facilitó Washington. Estados Unidos se embarcó en una expansión a gran escala del crédito, y a medida que la economía destruía puestos de trabajo en la industria, el sector financiero permitía un acceso al crédito que camuflaba el estancamiento y estimulaba las importaciones procedentes de Asia lo que hundía aún más a la industria estadounidense. No es casual que en términos reales los trabajadores estadounidenses no han tenido ningún aumento real de sus ingresos desde 1970.
En su momento, la gran mayoría de economistas encabezados por Milton Friedman, consideraron perfectamente aceptable la eliminación del patrón oro. El auge de la expansión del crédito y el consumo fue visto con buenos ojos y los desequilibrios estructurales fueron vistos como transitorios. Nunca pensaron en las consecuencias no previstas de un consumo desenfrenado que lo llevaría a consumir la mitad del PIB mundial y acumular una deuda de cuatro veces su PIB. Nadie previó que aquella enorme ventaja adquirida por Estados Unidos (comprar en el mundo con su propia moneda) podría convertirse en una causa fatal para la destrucción industrial y el desempleo masivo. Algo lógico: esta gran falla pasaba inadvertida si el ritmo de crecimiento permitía camuflar los desequilibrios.
Pero la expansión del crédito ha terminado y en su lugar hay contracción de crédito y falta de liquidez. Ahora los desequilibrios estructurales y el desempleo masivo adquieren mayor relevancia cada día que pasa. ¿Qué se puede hacer para aumentar el empleo y potenciar la demanda que de un impulso a la reactivación económica? Esta respuesta nadie la quiere enfrentar porque la corrección de estos desequilibrios requiere revertir el propio proceso de la globalización y re-industrializar aquello que fue destruido. Solo la creación de empleo puede detener la crisis y esto implicará necesariamente resetear gran parte del proceso de la globalización.
Director de Blogs Alternativos en Red *
Referencias
- Del desorden Financiero a la quiebra de Estados Unidos EL BLOG SALMON
- El origen del caos Financiero y del desempleo global EL BLOG SALMON
- Las causas materiales de la crisis EL BLOG SALMON
Publicado 17 agosto 2010
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